TEDIO, INSIGNIFICANCIA, IMAGINACIÓN
por Yago Franco
EL TEDIO, SUS CAMINOS Y EL OTRO
Hay muchos, demasiados caminos para llegar al tedio. Los hay en la niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez ... ¿Puede pensarse como un mal generalizado de la época?. Hay que resaltar que cada época tiene sus propias formas para el tedio. Cada clase social también. Pero seguramente el tedio no es el mismo en cada una de ellas. Trataremos en estas líneas de ver las formas y el lugar que este tiene en nuestros días.
Los distintos nombres del tedio (abulia, aburrimiento, apatía, desgana, desinterés, inacción, indiferencia, pasividad, hastío …) son estados del alma que acompañan no solo ciertos padecimientos psicopatológicos -especialmente a la depresión- sino que son estados habituales en la actualidad de nuestra cultura: una suerte de humor que late en y entre los sujetos. Es allí entonces, en la actualidad de nuestra cultura donde podemos apreciar uno de los caminos que llevan al tedio. Un camino que se bifurca a su vez, en muchos senderos.
Cada sociedad crea su Otro. Es decir, un discurso colectivo y anónimo, depósito de las ilusiones, modelos, moral, anhelos, objetos de disfrute, modos de satisfacción, ordenamiento sexual, ordenamiento social (clases), modos de las prohibiciones, reacción frente a sus transgresiones, etc. El Otro baña a los sujetos, los habita inclusive y sobre todo desde su inconsciente, produciendo determinada subjetividad de época.
¿Qué diferencia al Otro actual del que habitó en occidente hasta mediados de los '70?. Las sociedades capitalistas han instituido diferentes modos de la subjetividad en sus diferentes períodos históricos: durante el siglo XX podemos hallar una subjetividad que es la descripta por Freud – que veremos líneas abajo – . Esta está presente, con algunas modificaciones, hasta mediados de los ‘70. Pero ya a partir de principios de los ‘60 aparece acompañada de otra subjetividad, con la que antagoniza.
Quien haya vivido esas décadas, difícilmente pueda decir que fueron tiempos ligados al tedio, a la apatía, la abulia, etc. Época de movimientos sociales, artísticos, intelectuales y políticos, violentos y también creadores. Las décadas del ‘60 y parte de la de los ‘70, mostraron los últimos movimientos globalizados claramente alineados con la idea de crear otro tipo de sociedad, tomando como eje los ideales de la modernidad. Sabemos del destino que tuvo ese intento, del que necesariamente estuvo a cargo y al mismo tiempo produjo una subjetividad identificada con la significación de autonomía. Eran épocas de otras globalizaciones. También comenzará a globalizarse un individuo privatizado y conformista (C. Castoriadis), ligado al confort, al consumo, al abandono de los asuntos políticos/públicos.
GLOBALIZACIÓN E INSIGNIFICANCIA
Se habla a la ligera del mundo globalizado actual. En realidad se ha globalizado de un modo más sofisticado el movimiento del capital, y junto a éste la pobreza, la exclusión, el culto del consumo, la acumulación, la aceleración de la temporalidad, la depredación del medio ambiente, la fragmentación de la experiencia cotidiana, la deshistorización, etc. Una enorme masa de excluidos se ha globalizado, protagonizando dramáticamente un proceso regresivo de la historia: ya no se trata de transformar el mundo, sino de ingresar al mismo, de ser – tal como lo dijera un dirigente trotskista hace un par de años en nuestro medio - por lo menos explotados. Las conquistas adquiridas que parecían exiguas en las décadas ya mencionadas, hoy parecen pertenecer a una cierta utopía. Las luchas de los jóvenes en Francia en estos días, o la de nuestros piqueteros, dan testimonio de ello.
Muchas cosas producen tedio en la sociedad actual. El hambre produce tedio: apatía, abulia, pasividad; genera un subjetividad que, o se subleva/se autoorganiza, o cae en un autofagocitamiento. Por otro lado, la hiperactividad, la hiperkinesis actual de las clases medias y burguesas con la aceleración de la temporalidad que le corresponde, conduce a un repliegue, a apatía por agotamiento, por exceso de consumo, actividad e información, que se convierten en algo improcesable. También produce tedio la ausencia de proyecto colectivo, en una sociedad sin más miras que el consumo, o el ver con desesperación que el mismo se hace inaccesible. Conduce al tedio en adolescentes y jóvenes la abulia de docentes que ya no entienden cuál es el sentido de su función. Lo propio ocurre ante la visión de madres y padres tomados ellos también en la insignificancia y en la crisis de sentido de su función. Porque el tedio, diremos, es uno de los nombres de la insignificancia.
DEL SUJETO TRÁGICO AL SUJETO DEPRESIVO
Luego de mediados de la década del setenta - marcada para nosotros por la mortífera presencia del Terrorismo de Estado - se inicia una suerte de tobogán para la subjetividad, atenazada entre el terror y la entronización de la economía de mercado. El resultado se llama avance de la insignificancia, o sea, la pérdida de significación y de orientación tanto para los sujetos como para la sociedad [1]. Adviene la banalidad de la sociedad que entroniza al consumo, la acumulación, el disfrute, etc. como valores centrales. Así es como la subjetividad es arrojada al cesto de la insignificancia.
El hombre trágico es sucedido por el hombre depresivo. Para Elizabeth Roudinesco: «La concepción freudiana de un sujeto del inconsciente, consciente de su libertad pero atormentado por el sexo, la muerte y lo prohibido, se sustituyó por la concepción más psicológica de un individuo depresivo que huye de su inconsciente y que está preocupado por suprimir en él la presencia de cualquier conflicto»[2]. Esta sustitución, agrego, tiene profundas consecuencias. Porque el movimiento de Freud de develamiento de los materiales que habitan en la psique, implicó al mismo tiempo el cuestionamiento de instituciones de su época: la sexualidad pasa a primer plano, conjuntamente con el complejo edípico con sus tendencias incestuosas y parricidas, en un movimiento de cuestionamiento del orden patriarcal. El surgimiento del psicoanálisis produjo una conmoción en la subjetividad de época, formando parte del movimiento de institución de una nueva. Pero, sobre todo, implicó la posibilidad de reflexión sobre los productos de la psique misma, sus pasiones, sus deseos, sus fantasmas. Hablar de un sujeto trágico, implica considerar un sujeto que acepta las tendencias antagónicas que habitan en él, más allá de su consciencia, y sin resolución última. Idea por cierto peligrosa para todo orden social. Por eso, dicha subjetividad debía desaparecer, y halló en el afán de consumo de objetos un movimiento que lo propicia: «Inscrita en el movimiento de una globalización económica que transforma a los hombres en objetos, la sociedad depresiva ya no quiere oír hablar ni de culpabilidad, ni de sentido íntimo, ni de conciencia, ni de deseo, ni de inconsciente. Cuanto más se encierra en la lógica narcisista, más huye de la idea de subjetividad»[3]. Esto es casi sinónimo de desvanecimiento de toda ética ligada a la responsabilidad y al semejante. La frecuente utilización de los psicofármacos tiene como finalidad fabricar «un hombre nuevo, liso y sin humor, extenuado por la evitación de sus pasiones, avergonzado de no ser conforme al ideal que le proponen»[4]. Y sobre la sociedad sostiene que «Todo transcurre como si ya ninguna rebelión fuera posible, como si la idea misma de subversión social, incluso intelectual, hubiera devenido ilusoria, como si el conformismo y el higienismo propios de la nueva barbarie del bio-poder hubieran ganado la partida. De ahí la tristeza del alma y la impotencia del sexo, de ahí el paradigma de la depresión»[5]. Nuevamente, y volviendo al inicio de estas líneas, el contraste con el sujeto y la sociedad de hace treinta años es enorme. Pero también esto sirve para apreciar el papel fundamental de la sociedad para la psique, y de un proyecto para la misma generando lo opuesto al tedio.
TRAGEDIA Y MORTALIDAD VERSUS PULSIÓN DE MUERTE
El tedio y sus subrogados son una manifestación de la pulsión de muerte, esto es, del deseo de no desear, de cesar en el deseo. Como vimos, es por distintos caminos que se llega al agotamiento, desinterés, desgano, desinvestimiento del lazo con los otros, de la idea de futuro, etc. Paradójicamente, una subjetividad que contempla la mortalidad, es un freno al accionar de la pulsión de muerte. La significación de la mortalidad se opone a la pulsión de muerte. La idea de mortalidad pertenece a la tragedia: se opone a la desmesura, a la hybris, lo que va más allá de todo límite. Esto se ve en acción en la tragedia griega (de la cual se pueden extraer fundamentales consecuencias para la política, sostiene Castoriadis). Por un lado, no hay límites establecidos de antemano, y es el sujeto, de modo individual o colectivo, el que debe reflexivamente considerar dónde estos se encuentran, si le fuera posible. Solo se sabrá después. El hombre trágico lo es porque se apasiona por sus determinaciones inconscientes e históricas, por los otros, por la política y los destinos propios y de su sociedad, es trágico por poder asomarse al sin fondo del ser y tolerar mirar el abismo y sin caer en él. La tragedia – otra paradoja - liga al sujeto a Eros.
Otro camino al tedio que segrega nuestra sociedad es el vivir en el presente, que implica una ruptura de lazos con el pasado y con la idea de proyecto. El tedio queda en este punto ligado a la imposibilidad de tejer una historia, o de pensar en un futuro posible. Es el tedio de estar a la deriva. Incluir a la mortalidad implica instituir una temporalidad que tiende puentes hacia el pasado, en una tarea ilimitada de historización, y comprometida en la elaboración de un proyecto y de los medios para llegar al mismo. Asumiendo los riesgos que esto implica. La idea de un proyecto para la sociedad – tan presente en las décadas de los ‘60 y ‘70 del siglo XX – tiene que ver con la presencia de Eros de la mano de la autolimitación que impone la significación de la mortalidad. La significación de la mortalidad también tiene que ver con el poner en tela de juicio la ley que rige la sociedad, no tomándola nunca como algo que viene dado, que es sagrado inefable, etc. Para todo esto es necesario el advenimiento de una subjetividad trágica, que no sabemos qué forma tomará, pero que será causa y consecuencia de una sociedad que tenga un proyecto para sí.
AFÁN DE CONSUMO Y PODER ANÓNIMO
Lo que se opone al tedio son las ganas, el afán. Pero el afán por el consumo de objetos - hemos visto - es un habitual camino al tedio. Una nueva computadora, o un artefacto electrodoméstico, un automóvil, etc., desplaza rápidamente lo que ya se posee. Así es también con la ropa, los lugares de esparcimiento, las modas en general, los éxitos sean éstos cinematográficos, literarios (la cultura del best-seller), televisivos (la tiranía del rating …) … todo padece de una muerte preanunciada, reino de lo efímero que consume a la subjetividad y a la cultura.
Miremos un poco más de cerca al Otro de estos días: dicta de modo permanente, a través de los medios de comunicación (Internet incluida) y permeando la psique, desde el inconsciente de los sujetos, la orden de gozar en el consumo constante. Transmite los dictados de un poder burocratizado, anónimo, que se ha adueñado del espacio público. Exige a través de los medios de comunicación, pero no solo de ellos, la adquisición de objetos, de juventud y salud (gimnasias, tratamientos, dietas, cirugías), de saber “garantizado” (postgrados, doctorados, maestrías, etc.), de tecnología a través de artefactos electrodomésticos cuya obsolescencia se produce a partir del momento en que se adquieren, también exige comunicación e información al instante, vivir “on line” (emails que deben consultarse varias veces al día para lo que se provee servicio de banda ancha, celulares, televisores en casi todos los comercios, aún en restaurantes …), de “cultura” (sinnúmero de films desechables la mayor parte de ellos, una masificación de los mismos y de programas deportivos, de noticias, etc. en la enorme e imposible grilla de canales de cable o de televisión satelital, multitud de libros publicitados en todas las revistas culturales). Todo esto estalla en los medios de comunicación, televisivos, radiales, gráficos, a través de los celulares, los cines … pero también se instala en los lazos, en el discurso que circula entre los sujetos. Y afecta el modo de lazo entre ellos: por carácter transitivo estos son también intercambiables, utilitarios, destinados a un zapping constante. Esta significación del capitalismo actual, se expresa en representaciones, en actos y en afectos propios de la época. A diferencia de las sociedades donde la solidaridad está entre los valores centrales (basta recordar cómo abruptamente se instaló entre nosotros a finales de 2001) implicando el respeto por el otro, el cuidado del mismo, la confianza, el predominio del dar sobre el recibir, etc., este sociedad promueve exactamente lo opuesto.
Por cierto que nada de esto es mecánico: ningún Otro puede habitar a los sujetos colonizándolos impunemente. Si una resistencia y un arma estos tienen, está en su imaginación, su capacidad de siempre poder ver otra cosa en aquello que la realidad les ofrece – lo que alimenta el accionar político. La capacidad crítica de los sujetos reposa en la imaginación radical que los habita. Cuando Freud les pedía a sus pacientes que se recostaran en un diván y “asociaran libremente” les pedía, nada más y nada menos que descompusieran al Otro, que lo develaran, no solamente que tomaran contacto con sus creaciones fantasmáticas, sino que pusieran en juego sus ideales, sus imperativos superyoicos, sus modelos identificatorios … Su imaginación les daría la oportunidad de no verlos como una fatalidad, como algo natural. La filosofía viene haciendo lo mismo desde el siglo V AC, poner en jaque el pensamiento instituido por la sociedad. Y la política, también desde ese momento, cuestionando las formas que la sociedad adopta para su organización, los modos del poder, etc.
ALIENACIÓN, IMAGINACIÓN Y PROYECTO
Podemos concluir provisoriamente, en que el tedio y sus subrogados ocupan un lugar importante en y entre los sujetos a partir de la creación de un Otro que impulsa al consumo irrefrenado – bajo la amenaza concretada de la expulsión lisa y llana del sistema. Esto es consecuencia de la entronización de la significación capitalista producida a posteriori de la caída del Muro de Berlín, de la disolución de las sociedades del Este europeo y del aplastamiento de los movimientos latinoamericanos de autonomía, de la mano de una ideología que justifica este estado de cosas, propagada no solamente por intelectuales y los medios de comunicación que tienen a su disposición, sino bajo la forma de noticias, publicidad, films, titulares de los diarios y revistas, formas arquitectónicas y hábitats de época (shoppings, barrios cerrados, countries, etc.), publicidad callejera, tecnología, etc.
Por último, algo a resaltar: el poder ha devenido anónimo, lo que es un nuevo modo del poder, conformando un estado de alienación colectiva como jamás se ha visto en la historia. Los sujetos reflejan a la sociedad sin consciencia de esto, produciendo así su reproducción. Curiosa y llamativamente, son escasas las denuncias de este estado de alienación.
Todo esto ha conducido a una crisis de la imaginación del colectivo social . La imaginación: una salida a este estado de cosas, mediante el ejercicio de la política, la educación, el accionar de los intelectuales y artistas, la creación de instituciones que promuevan autonomía. Como mencionamos, es necesaria tanto para cuestionar lo instituido, como para crear un proyecto para la sociedad. El regreso de la imaginación – creando nuevas formas para la sociedad, contribuyendo a un proyecto para la misma – tendrá como consecuencia el estallido del tedio socialmente creado-instituido.
[1] Yago Franco: “Sobre la insignificancia”, La Pecera Nro 7, Otoño 2004. Algunos de sus desarrollos son retomados en este artículo.
[2] Elisabeth Roudinesco: “¿Por qué el psicoanálisis?”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2000, pág. 19.
[3] Elisabeth Roudinesco: ob. cit., pág. 36.
[4] Elisabeth Roudinesco: ob. cit., pág. 21.
[5] Elisabeth Roudinesco: ob. cit. Pág. 24.