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Silueta de cuervo a la luz de la luna

Reportaje

a María Julia De Ruschi con motivo de la publicación de “La Luz de lo imposible, los poetas de Nosferatu y Último Reino (1972-2022)” Introducción, selección y notas de María Julia De Ruschi. Ediciones Kalós, Buenos Aires, 2022

Una alegría sin fin

1-Empecemos por la razón de un libro como La Luz de lo imposible. ¿Qué te motivó a que, después de casi 50 años, quisieras escribir sobre aquella experiencia? 


 Empecé por leer todos los libros de cada poeta del grupo, y también los de los poetas que venían de vez en cuando a las reuniones. Algunos de ellos me gustan mucho, como Daniel Chirom y Guillermo Martínez Yantorno, pero por razones de espacio no figuran en la antología. 
Tuve la sensación mágica de que esos libros, reunidos físicamente, adquirían una especie de vida invulnerable, que no se disolverían en el espacio y en el tiempo. Hay que tener la experiencia para entender lo que sentí.  En su mayoría son ediciones de autor, precarias, hechas en la editorial Último Reino. Algunos libros que ni siquiera los conservaba su autor, los descubrí milagrosamente en la Biblioteca Nacional. Otros los conseguí por Mercado Libre, o me los daban sus autores. Jamás olvidaré mi sorpresa al recibir una encomienda de Enrique Ivaldi, abrir una caja y encontrar dos de sus plaquettes en medio de un colorido mar de fichas de rompecabezas. Los que tenía de antes, por lo general ya no eran sino un conjunto de hojas sueltas entre tapas deterioradas. Y leer las dedicatorias de tantos años atrás. Fue un viaje en el tiempo. ¿Por qué decide uno, de pronto, viajar en el tiempo? Ahora los tengo apilados, todos esos libros, sobre una mesa, y no me atrevería a separarlos, son un talismán, todos juntos.


2-Hay una manera de encarar esta historia que decidiste contarnos y es a través de la primera persona, en un tono biográfico. Diría que en tono testimonial, un documento de sentimientos, que tu recuerdo y escritura devuelven de manera cómplice y amable, para los que no vivimos el clima de época, ni leímos a todos sus poetas. ¿Por qué elegiste contarlo en esa forma autobiográfica, en ese tono? 


2- Bueno, ves, todo ese material reunido, todo ese tiempo de lectura y relecturas (fueron como diez años) ¿qué hacer? ¿Qué tipo de prólogo escribir? Por un lado, estaba mi admiración por esa poesía que redescubrí maravillosa. De un nivel altísimo. ¿Un trabajo crítico? Pensé, de acá a 100 años va a haber cantidad de ensayistas capaces de hacer un trabajo mejor que el que puedo hacer yo. Lo que puedo hacer yo, que nadie más puede hacer, es recordar lo vivido. Lo vivido por mí, y tener la paciencia de reunir el testimonio de los poetas del grupo que todavía están vivos. Duele pensar que desde que empecé mi trabajo hasta hoy ya no están Roberto Scrugli, Guillermo Roig, Enrique Ivaldi. De modo que contar la historia de los grupos Nosferatu y Último Reino “desde adentro” fue una decisión consciente y al mismo tiempo natural, inevitable.  Además, me encanta recordar hechos pintorescos, contar anécdotas, que me las cuenten. Y sumale a eso la diversión: nos reíamos mucho entonces, reinaba entre nosotros un espléndido sentido del humor; algunas veces reviviendo situaciones o escribiendo o releyendo lo escrito, me he reído sola. En fin. Era importante para mí contar desde mi perspectiva cómo habían sido nuestras reuniones, el clima en el que escribíamos nuestra obra, cómo fueron nuestros encuentros con otros poetas ya consagrados como Francisco Madariaga o Juan José Ceselli o el dominicano Manuel del Cabral.  Y sobre todo a una altura de la vida en que empezamos a “tomarnos el buque”. Jorge Zunino hubiera sido una fuente inagotable de datos y reflexiones. Estaba en todas. Pero murió en el 2001 y me quedé sin mi mejor amigo para evocar juntos. De modo que empecé a enviar emails y a hilvanar las respuestas de los demás con mis propios recuerdos. 
De todos modos, no hay que olvidar que es un relato que, si bien intenté que fuera sinfónico, está escrito desde mi perspectiva. Es muy probable que cada uno de los integrantes de ambos grupos contara la historia de una manera distinta.


3-En el libro, finalizando la introducción, hablás de un “espíritu convivial” y agregás “religiosamente fraternal”. La relación amistad y poesía está muy presente, así como un vitalismo trascendente, cierto orfismo -diría también- esotérico. ¿Podés aclarar algo más esos conceptos y si de algún modo, son imprescindibles para entender la poesía de Nosferatu y Último Reino? 


Es cierto, es y sigue siendo central lo fraternal, lo convivial… Éramos inseparables, pensá, nos encontrábamos todos los viernes del año, salvo durante el verano. Nos queríamos mucho, nos admirábamos, nos necesitábamos, así de simple. Y aunque dejáramos de ir a las reuniones por un tiempo, seguíamos igualmente unidos. Lo cual no significa que no hubiera disensos, cizaña y otras yerbas, son parte de la vida familiar, por así decirlo, pero las fracturas se superaban, por lo general, musicalmente, como en un buen verso… O porque existía entre nosotros ese vínculo que vos llamás religioso, porque nos unía algo que nos trascendía, el amor por la belleza, la intuición de misterios, el trabajo de perfeccionamiento espiritual, el sentimiento de una misión cuya relación con el mundo que nos rodeaba no estaba muy clara… sí, una especie de sacerdocio poético, supongo que un buen sacerdote tampoco debería tener muy en claro cuál es su misión en este mundo… ¿no? mejor que no lo tenga. Que tenga el necesario silencio interior para poder escuchar, escucharse a sí mismo, al otro, a Dios. El orfismo es una forma de vivir la poesía difícil y peligrosa... Hubo de todo en los grupos. Muchos vivieron en situaciones de extrema precariedad. Tuvieron una fuerza asombrosa. 
Y también nos distinguía otra cosa, la falta de interés en la autopromoción, lo cual tiene mucho que ver con el desconocimiento o el olvido en que quedaron muchos de los poetas del grupo.


4-Los años 70 están marcados no sólo por la política y la dictadura militar, sino también por diversas neovanguardias, la mayoría contestatarias, con la característica rupturista y violenta propia de esos años. Pero el espíritu de inocencia, amistad y hospitalidad que ustedes cultivan, junto con cierta defensa de la autonomía del arte, los hace notoriamente extraños en el panorama. Más que la escritura, creo que esa actitud fue observada muy críticamente, con la llegada de la democracia y lo que se dio en llamar en los años 80, “primavera de la poesía”. Vos misma has señalado que, en las reuniones en casa de Morales, nunca se hablaba de otra cosa que no fuera poesía. 


No sé, Osvaldo. Si entre nosotros reinaban la hospitalidad y la amistad, reinaba también un alto nivel de exigencia.  Inocencia, no sé. No hablábamos en el grupo sino de poesía, pero había un afuera del grupo para todos los demás aspectos de nuestras vidas. No encajábamos… creo que un cuadro abarcador podría revelarnos que había una gran cantidad de poetas que no eran de nuestro grupo y que tampoco “encajaban”. 
Fue una decisión consciente no referirme a las agresiones que recibió el grupo. Tampoco conozco en detalle esa historia, hubiera requerido más investigación, y pensé que no valía la pena. 
Me parece que a partir de la década de 1950 hubo una escalada de virulencia en las “bajadas de línea” y en los ataques. Los poetas de la existencia, con su vitalismo optimista, golpearon de un modo que hoy da vergüenza a los poetas “melancólicos” que podemos asociar al neorromanticismo cuarentista y que no adherían a su “plan de salud”. La poesía de los 60 no me parece reactiva. Buscó su voz en un contexto violento. Mario Morales escribe en esos años su extraordinaria Trilogía, un vertiginoso libro “sesentista” lamentablemente inédito todavía. Se han publicado partes en su antología La distancia infinita. La poesía del grupo, en la década de 1970, no “reflejaba” la violencia de la época. Nos nacía desde adentro el desesperado grito (¿una luz otra?) de quien la padece. 
Por otra parte, no está de más especificar que muchos de nosotros no participamos de ninguna actividad política, otros sí, como Víctor Redondo u Horacio Zabaljáuregui, quien acaba de publicar un libro muy revelador (aparte de ser espléndida poesía) titulado Yo era un cuadro.
La verdad está en los poemas. Lo decía Mario Morales y lo recordó Horacio Zabaljáuregui en una mesa redonda en 1990 donde se debatió la cuestión del neorromanticismo y que fue publicada en Diario de Poesía. Por otra parte, la censura (o la promoción) en base a cuestiones ideológicas me parece nefasta. Tiende a distorsionar lo que dicen los poemas.
Fue una época compleja, estaban los neobarrocos, los objetivistas… no sé, hubo un trabajo taxonómico que dejó afuera, por ejemplo, a los poetas beat como Ruy Rodríguez o Mariani, los de Opium, de cuya existencia no tenía ni idea entonces. Estaban los neoclásicos, estaban los poetas del pensamiento… Al margen de los grupos con una historia en común, como el nuestro, surgió una especie de manía por clasificar y definir por contrastes.


5-Hubo algunos críticos que los consideraron “una poesía sin sujeto”, como si todos los poetas escribieran una sola obra en conjunto.  

 

 Sí, es verdad, nos criticaban porque escribíamos una poesía sin sujeto (decían “escriben todos igual”: falso) o nos criticaban porque escribíamos una poesía del sujeto, del yo, de la interioridad. Esto último es cierto. Por eso nuestras obras son tan distintas, como es distinto un ser humano de otro. Es lo que Molinari llama “lo intransferible”.  Lo exterior, lo ideológico, en cambio, es uniforme. Escribir desde el yo es siempre arriesgado, porque expresa lo único; en cambio lo ideológico iguala desde afuera. 


6- Marcás alguna diferencia en la continuidad que se da entre Nosferatu y Último Reino, si bien Mario Morales sigue siendo considerado el maestro de todos ustedes y continúan la línea estética del neo romanticismo. Decís que antes de 1978 “hubo disensos en el grupo Nosferatu, a raíz de lo cual en el último número de la revista no figura Ivaldi en la nómina de integrantes de la redacción”. En la pág. 46, confesás que, en cuanto a Último Reino, sólo podés hacer “una aproximación suscinta y desde afuera” y agregás que “fue un grupo diferente, por la cantidad de integrantes que tuvo y por algunos rasgos propios, como un mayor compromiso político en alguno de sus miembros y un espíritu más orgiástico junto con una mayor templanza intelectual…” ¿Los disensos fueron estéticos o personales? ¿Podés contarnos algo más sobre estas diferencias que marcás entre uno y otro grupo? 


En cuanto al pasaje de Nosferatu a Último Reino, no hablaría de disensos, ni estéticos ni personales. Solo hubo algunas figuras que no encontraron su lugar en Último Reino, como Enrique Ivaldi, y otras que siguieron cumpliendo exactamente el mismo papel, como Mario Morales o Jorge Zunino. Para mí hubo un pasaje fluido, y en realidad la trascendencia que alcanzó Último Reino, gracias a la capacidad organizativa y al esfuerzo y el tesón de Víctor Redondo, que siempre reconozco, hizo que el nombre Último Reino lo incluyera todo. Pero no olvidemos que su humilde origen estuvo en Nosferatu. 

De pie de izq.a der.: Víctor Redondo, Cristina Giambelluca, Nora Chirom, Jorge Zunino, Pablo Narral y Marcela Polischer. Sentados: Mario Morales y Afrodita Polijronópulos.

 

Foto del libro (Boda Zunino-Chirom, 1986).

7- La fórmula generacional con que se clasificó aquella época se redujo a tres estéticas. La del neorromanticismo correspondió a ustedes, pero, como en todas las clasificaciones, siempre hay algo caprichoso e impreciso. En tu libro, hacés una aclaración, hablás de las lecturas en común y de los poetas que los visitaban como fue el caso de Madariaga o Bayley. ¿Podrías ampliar algo más?

 

¿Neorrománticos? Morales habló de romanticismo crítico. También se podría hablar de neosurrealismo.  Supongo que representábamos algo distinto al neobarroco y estábamos en las antípodas del objetivismo o neorrealismo o como quiera llamarse. Romanticismo Crítico: Romanticismo: entendido como “afirmación absoluta de la poesía –o de lo Absoluto vuelto poesía–. Crítico: en tanto desromantización del mundo y de la poesía — Estoy parafraseando a Mario Morales.  La cadencia del verso de María del Rosario Sola está cerca del cuarentismo de sus padres, Alfonso Sola González y Graciela Maturo; en Carlos Riccardo hay ecos de Mallarmé, el poeta y antropólogo boliviano Álvaro Diez Astete está entre Poe y su coterráneo Jaime Sáenz, el tono de Ivaldi nos recuerda a Rimbaud… en fin, hay un poco de todo. Le podemos poner al grupo etiquetas varias; arraigamos en una riquísima tradición literaria, cuyo origen puede encontrarse en el romanticismo, pasa por el simbolismo y el surrealismo y la poesía beat estadounidense. Pero de esto sí hablo en el prólogo.  Finalmente, lo de neorrománticos prendió, dejémoslo así, no hay problema con eso. 


8- La presencia de Mario Morales ha sido sumamente importante. Lo llamás “maestro” con una carga de significación sentimental y estética. Traés varios testimonios sobre su influencia, como el de Daniel Arias o el de Víctor Redondo que valoriza una “actitud poética”. Vos misma citás la antología que le hiciste a Morales, La distancia infinita, en el Fondo de Cultura Económica.  ¿De dónde salió Mario Morales y por qué no se le ha tenido en cuenta en tantas antologías e historias de la literatura?


Ja, ja!  ¿De dónde salió Mario Morales? ¡De una baticueva! Poéticamente viene de una línea que se inicia en Buenos Aires con Antonio Porchia y sigue con Roberto Juárroz. Es decir, Porchia fue el maestro de Juárroz y Juárroz de Mario. Sus primeras publicaciones fueron en poesía=poesía, la revista de Juárroz. Fue una buena escuela, si vemos los autores que publicaban, Octavio Paz, Aldo Pellegrini, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik; los autores que traducían, cummings, Ponge, Artaud…
Mario además estudio filosofía en el Instituto del Profesorado, tenía una formación filosófica sólida, era un gran lector de Heidegger, de Blanchot, de Nietzsche, de Kierkegaard, entre otros. En su segundo libro, “Variaciones concretas”, se nota un poco la influencia de Juárroz. No hay más rastros juarrozianos en su obra. Mario impregnó su pensamiento de ternura, de pasión, de compasión por todo lo vivo en una permanente conciencia de la muerte que no anula, sino que plenifica desgarradoramente la belleza del mundo y de la vida humana. 


9 Dedicás a Zunino unas cuantas páginas y subrayás la amistad y complicidad que había entre ustedes dos. Y, con gran generosidad en algunos casos, y con alguna crítica en otros, vas repasando anécdotas y retratos de cada uno de los otros protagonistas. Es también, muy detallado el catálogo de lecturas de las reuniones de los viernes, así como de algunos temas que se mencionan, en las cartas de Redondo o en los testimonios que vas aportando. Hay un ejercicio de la memoria dirigido hacia algo que excede las introducciones académicas o ensayísticas, diría que es la búsqueda de un registro amoroso de la poesía entendida como forma de vida y también, como rastro originario de la propia obra poética.  ¿Crees que hay una herencia común a la que pertenecen todas sus voces por más que respondan a estéticas, en algunos, muy diversas? ¿Eso definiría, de alguna manera, el Neorromanticismo?


Ah, sí, es verdad, como te dije antes, me dejé llevar por mis recuerdos y por la curiosidad de indagar en los recuerdos de otros. Jorge era muy secreto. Urdía juegos inverosímiles para su entretenimiento personal. Lo extraño mucho, incluso a veces escucho su voz y me dice maldades que me hacen reír, porque formaban parte de su forma de querer. Su voz aparece en el preciso instante en que uno debe burlarse de sí mismo o de una situación ridícula en la que ha caído. 
El vínculo entre poesía y vida, por cierto, es central. Jorge siempre nos decía: ¿se lo imaginan a Rimbaud yendo a un congreso o presentándose a un concurso literario?  
En cuanto a la literatura autobiográfica, no me remontaría demasiado, tengo cerca las memorias literarias de Gálvez, los testimonios y autobiografía de Victoria Ocampo, las evocaciones de sus encuentros con sus amigos escritores del colombiano Juan Gustavo Cobo Borda. Podría hacerte una lista larguísima porque son los libros que más leo últimamente, los que más disfruto. Remotos como El Café de los Inmortales de Vicente Martínez Cuitiño o esa joya que es Escritores iberoamericanos de 1900 de Manuel Ugarte. El amor por lo nuestro y una firme vocación de rescate, eso sin duda. Sin duda un sentimiento romántico…


10- ¿Querés agregar algo más?


Sí, quiero contarte lo que vino después, después de casi terminado mi trabajo, en la más pura tradición del grupo pedí lecturas para pulir el texto. Tuvieron la generosidad y la paciencia de leerlo Horacio Zabaljáuregui y Carlos Riccardo (“Charly” dos veces) y también un joven poeta, a quien quiero y valoro mucho, Julián de la Torre. Julián presentó la antología en la Biblioteca Nacional en noviembre, para ser más precisos el viernes 18 de noviembre de 2022. Leyó un texto hermoso que me conmovió profundamente. Ese viernes fue un viernes más de aquellos de los viejos tiempos, estábamos casi todos, todo fluyó espontáneamente, fue una fiesta inolvidable. Fue, para mí, la mejor prueba de la necesidad de La luz de lo imposible. El grupo conservaba toda su vitalidad, su “alegría sin fin” (Morales).  Fue un hecho histórico. Si alguien quiere verlo, está en YouTube.
Ariel Fleischer, poeta, ensayista y editor (hasta hace poco se dedicaba sobre todo a ediciones para bibliófilos)  fue dándole forma al volumen tal cual quedó.  Lindísimo, me parece. No en vano viene de la bibliofilia, de un maestro como Rubén Lapolla que trabajó, a su vez, con Osvaldo Colombo. Me resultó muy alentadora su confianza no solo en el libro sino también en las consecuencias de la publicación  del libro, algo así como que a partir de él se iba a empezar a editar la obra completa de los poetas de la antología que pueden considerarse inéditos. Pienso en Guillermo Roig, en Jorge Zunino, en Álvaro Diez Astete cuya obra es inhallable en la Argentina, en fin. Lo importante es que La luz de lo imposible permita al lector “ir a los poemas” y descubrir un movimiento poético en la Argentina que al hacer este libro, como si lo hubiera descubierto recién entonces, me llenó de orgullo. Lo digo porque me parece saludable remar en contra de la tendencia a la autodesvalorización que padecemos los argentinos. Suelo dar como ejemplo de esto la novela inconseguible de Víctor Redondo, Las familias secretas, que es tan buena o mejor que El ángel subterráneo o En camino de Kerouac… pero mientras podemos adquirir con facilidad estas dos últimas, ¿qué pasa con la novela de Redondo?

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