por O. Picardo
He terminado de leer un libro de poemas publicado en 2013. Es asombroso el laberinto que recorre un libro hasta las manos de su lector, sin perder en las esquinas, como en este caso, la emoción inicial. Antes se pierde su autor que versos como éste: "hay una isla al borde de tus ojos". Verso con que se inicia un poema significativo y que como en un espejo devuelve el resultado de una búsqueda imposible: "Al borde del olvido hay una isla/ que mira solitaria hacia la nada".
Se trata de un libro de Jorge de Arco, I Premio Nacional de Poesía José Zorrilla, publicado por la editorial sevillana Algaida. El autor nació en Madrid en 1967 y es, en esa ciudad, profesor de literatura para extranjeros, así como traductor y crítico literario. Desde hace años, con gran esfuerzo y calidad, dirige la revista Piedra de Molino. No es éste su único ni primer libro. Su trayectoria es constante desde 1996 con libros como Las imágenes invertidas, El Sur de tu frontera o Después de ti (último libro publicado en 2023).
Las Horas Sumergidas es el título del libro que tengo en mis manos. El título es parte del primer poema que oficia de umbral de las cuatro partes en que se organiza una búsqueda del tiempo más preciado y que la escritura intenta infructuosamente recuperar: "ahora, cuando escribe estas palabras/ amarillas, que el viento va limando/ con su lengua y su aliento de lebrel acezante".
El lebrel es una imagen que no puedo ignorar. El último poema del libro, anterior a una coda, complementa esa imagen con la de un ciervo ciego y sin astas, que tampoco puedo dejar de asociar a la tradicional simbología cristiana y hebrea de gran significado lírico en la poesía clásica así como en las artes y liturgias medievales. Son imágenes, junto a muchas otras de la misma raíz simbólica, que hablan en voz baja y reflexiva, siempre indirectas y casi desapercibidas, de una otra búsqueda que no sólo abarca el sueño al "otro lado de la noche", sino que incluye la búsqueda de un rumbo, un norte, una fe perdida cuando "la distancia es deriva" y "precede al naufragio".
El poeta "no puede ser el mismo, y sin embargo/ lo ha sido, lo está siendo/ ahora, cuando escribe..."
La poesía es capaz de transformarlo todo sin cambiar todo, por eso las palabras llamativamente "amarillas", de las que nos habla Jorge de Arco son capaces de recuperar un tiempo que ya no es y además, como en la simbología del ciervo ciego y sin astas, saciar la sed de esperanza y sentido para seguir viviendo.
No se trata sólo de deseo erótico y amoroso de un pasado perdido " que pintase tu mano enamorada". También, la superación de la profunda melancolía de una "primera muerte".
El poeta se pregunta en la mitad del libro (y de la búsqueda): " ¿Adónde van mis días/ si lo que ocurre se disuelve en muda/ canción...?". El silencio metafísico resuena como respuesta de un Deus Absconditus, ante el que "aún queda una ventana".
Jorge de Arco describe así una búsqueda que va más allá de un sueño y el deseo. En uno de los más hermosos poemas de la última parte del libro, cuando la voz lírica recupera su equilibrio y melodía, el poeta vuelve sus ojos al rito vegetal de la resurrección primaveral: " Y volverá el prodigio/ con los primeros soles".
En la poesía contemporánea no son comunes las voces que se atrevan a explorar las viejas tradiciones y los abandonados campos del espíritu religioso. Sin embargo, nada puede estar vedado en la inmensidad de la poesía y de su lengua sanadora.
Como dije al comienzo, son asombrosos los caminos tan largos y arduos de los libros de poesía. Recorren el tiempo y las geografías hasta alcanzar la otra orilla en el ancho naufragio de los olvidos. No todos los que valen la pena tienen suerte de ser leídos. "Las Horas Sumergidas" de Jorge de Arco es uno de los que merece sobrevivir.
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