DOSSIER
POESÍA Y PENSAMIENTO
POESÍA DE PENSAMIENTO
Grabato de Abel Robino
La editorial española Endymion acaba de publicar “Una antología de poesía argentina” con el título “Poesía de pensamiento” en la que se antologan poetas nacidos entre 1950 y 1980.
Ellos han ido elaborando una obra en la que se verifica la relación entre poesía y pensamiento. Son poetas de distintas zonas geográficas del país: Carlos J. Aldazábal (Salta), María Teresa Andruetto (Córdoba), César Cantoni (La Plata), Sandra Cornejo (La Plata), Ricardo Costa (Neuquén), Javier Foguet (Tucumán), Héctor Freire (CABA),
Lisandro González (Rosario), Marcelo Leites (Concordia), Liliana Lukin (CABA), Roberto D. Malatesta (Santa Fe), Juan Carlos Moisés (Chubut), Mario Ortiz (Bahía Blanca), Rogelio Ramos Signes (San Juan), Abel Robino (Pergamino), Bernardo Schiavetta (Córdoba), Carlos Schilling (Sunchales), Alejandro Schmidt (Villa María) y Eugenia Segura (Mendoza).
Palabras e ideas
por Osvaldo Picardo
I
El tema de la charla fueron unos versos del poeta argentino Alberto Girri. Increíblemente hay personas en el mundo que pueden todavía hablar de poesía. Los versos que mi amiga recitó de memoria, eran del poema “La condición necesaria” que comienza diciendo
En la ilusión de que posees
un yo creador, indestructible,
justo y sin deformidad,
fortaleza
en el dominio de las evidencias...[1]
Mi amiga, que es una joven profesora de literatura y también narradora, no podía creer totalmente que eso fuera un poema. Según ella, había una desmedida carga de pensamiento abstracto y una fuerte tendencia a la prosa. Le quise explicar que se trataba de eso mismo: Girri definió su poesía como una investigación de la realidad y su actitud intelectual antes que emotiva lo alineaba a otros grandes poetas modernos como T.S. Eliot o Wallace Stevens. No hubo caso. Tampoco le perdonaba a Girri el uso de un sustantivo como “calcañar”. Así interpretaba, al tiempo que condenaba: “Pero ¿cómo no usó la palabra talón? Quiso sonar bíblico y ahora parece un sermón de iglesia”.
Si bien no entraba en “la supersticiosa ética del lector” que señalara Borges como “la condición indigente de nuestras letras”, su crítica mostraba claramente un viejo dilema que supera el caso particular de la poesía de Girri. Es el dilema de creer que el análisis y el trabajo intelectual no concuerdan – ni deben concordar- con la realidad y los sentimientos que distinguen a la poesía y que la hacen reconocible para una época determinada. El rigor y cierta complejidad parecen comprometer una idea prefijada del género lírico.
Valéry se refería a esta preconcebida manera de entender a la poesía en oposición al pensamiento, en una conferencia que dio en la Universidad de Oxford en 1939, con el nombre de “Poesía y pensamiento abstracto”. Proponía, entre inquietantes planteos, un abordaje al lenguaje poético por el cual “el pensamiento es, en suma, el trabajo que hace vivir en nosotros lo que no existe”.
En aquella conferencia Valéry da testimonio directo de una muy citada anécdota entre dos grandes conocidos del poeta francés:
“El gran pintor Degas me ha referido a menudo esa frase de Mallarmé tan justa y tan simple. Degas en ocasiones hacía versos y ha dejado algunos deliciosos. Pero con frecuencia encontraba grandes dificultades en ese trabajo accesorio de su pintura... Dijo un día a Mallarmé: Su oficio es infernal. No consigo hacer lo que quiero y sin embargo estoy lleno de ideas... Y Mallarmé le respondió: No es con ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen versos. Es con palabras”.
Valéry le da la razón a su maestro Mallarmé pero marca además una sutil e importantísima distinción: las ideas de las que habla Degas potencialmente eran palabras, y agrega:
“hay entonces otra cosa, una modificación, una transformación, brusca o no, espontánea o no, laboriosa o no, que se interpone necesariamente entre ese pensamiento productor de ideas, esa actividad y esa multiplicidad de preguntas y de resoluciones interiores; y luego esos discursos tan diferentes de los discursos ordinarios que son los versos, que están extrañamente ordenados, que no responden a ninguna necesidad, si no es la necesidad que deben crear ellos mismos...”
Y concluye: “En suma, es un lenguaje dentro de un lenguaje”.
También, desde otro ángulo, Antonio Machado en 1931, en su “Poética”, había reflexionado sobre esta cuestión y, después de negar que pudiera existir una poesía netamente intelectual, concluía con una brillante parquedad admitiendo que “tampoco hay poesía sin ideas”.
En realidad, los antecedentes lejanos de esta oposición entre poesía y pensamiento, deberían buscarse en la “antigua querella” que refiere Platón en su República, pero sería una introducción innecesaria que, seguro, Google puede satisfacer con excesiva información. Por ahora, me interesa detenerme en este particular criterio por el que se separa no sólo la poesía del pensamiento, sino también la prosa del verso, lo profundo de lo superficial y así sucesivamente. Muchas veces, en el ámbito de la crítica y de los poetas, ese criterio, casi como un mandato secular, ha venido haciendo silenciosa o ruidosamente una división irreconciliable, como si unos supieran lo que otros ignoran, dueños de un secreto que convierte un texto en un poema y a un escritor en poeta.
Talleres, cátedras, premios y festivales de poesía han reemplazado ruidosamente la lectura sosegada y solitaria de ese género literario que, como ninguno otro, enfrenta al lector con su “ambigüedad ingénita”, como afirmaba Alfred E. Housman, que también se hacía una pregunta importante para cualquiera al que le interese escribir o hacer crítica literaria. El poeta inglés se preguntaba: “¿Seré capaz de reconocer la poesía si llego a encontrarme con ella?” No es una pregunta fácil ni tampoco tiene una respuesta, al menos que yo conozca. Pero creo que está en el fondo de la cuestión que nos ocupa .
Será conveniente por eso que intente ordenar algunas perspectivas sobre el asunto.
[1] Alberto Girri: “Antología Temática” (Selección y prólogo de E. Pezzoni) Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1969, p. 72-73