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Esteban Moore: Poesía en acto

Prólogo de Demian Paredes al libro "Al Margen de la Noche"

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La presente antología recorre cuatro décadas de labores poéticas de Esteban Moore (1952), desde su primer poemario, aparecido en 1982, hasta el más reciente, publicado en 2019. Dichas labores se combinan con el trabajo en prosa, en forma de ensayos y artículos, y con la traducción, en su caso de poesía y prosas en inglés.

 

 

Las lecciones, postuladas e implícitas, del alto modernismo en literatura: Ezra Pound (Make it New), James Joyce (Ulises, Finnegans Wake) y T. S. Eliot (La tierra baldía) son el trasfondo o background en el que Moore se basa, junto a las corrientes, tendencias y tradiciones locales (la gauchesca, la ciudad con sus “urbanidades” como los Cafés porteños, y elementos y “zonas” de nuestra lengua como el lunfardo, el mismo castellano rioplatense, etc.), para desarrollar su propia voz, y su propia poética. En Jorge Luis Borges (1899-1986): el escritor poeta –un ensayo publicado primero en diarios y revistas, y luego en un volumen– Moore da cuenta de los múltiples elementos que confluyen o pueden confluir para que se establezca un linaje original en una cultura. Para su concepción, “una tradición literaria debiera ser concebida como un prolongado proceso dialogal en el cual participan un conjunto de voces, propias y ajenas, las que a través de la lectura, la traducción y la reescritura, actividades que constituyen un indudable acto de interpretación y apropiación, se amalgaman en una voz posterior, adquiriendo en la fusión nuevo sentido”. Agregando: “Las poéticas no se imponen unas a otras: interactúan, cooperan, se hibridan, como en las ciencias se fundan en aquello que las precede”.

 

 

Esta cuestión de poéticas, que Moore entiende como “un debate estético que se ha extendido de diversas maneras y formas hasta nuestros días”, se puede apreciar desplegada –de la potencia al acto– a lo largo de sus libros en general, y de los de poesía en particular: desde La noche en llamas (1982), Providencia terrenal (1983) y Con Bogey en Casablanca (1987), pasando por Tiempos que van (1994) e Instantáneas de fin de siglo (1999), hasta El avión negro (2007) y Las promesas del día y otros poemas (2019). En todos estos libros se encuentra ese “acto de interpretación y apropiación” constituido por “la lectura, la traducción y la reescritura”. El presente libro intenta brindar una muestra de ello, compilando medio centenar de piezas tomadas de todas estas publicaciones. Sólo se exceptúa aquí a Partes mínimas uno / dos (2006), omitido debido a su integridad “orgánica” como obra: setenta piezas, cuyo título lo constituyen versos de poetas en otros idiomas, numeradas.

 

 

Los primeros poemarios de Moore contienen, en general, versos breves y concisos, referidos a un lugar y a la identidad, como el titulado con comillas, igual que el famoso tango de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel: “Mi Buenos Aires querido”; además, al oficio: “Encargo para el poeta”; a otras personalidades de la poesía, como “Alejandra”, dedicado a Pizarnik; e interrogaciones, exclamaciones y clamores a la “Patria”, a tono con la época de muertes e incertidumbres en la que surgen. Jorge Santiago Perednik, en Nueva Poesía Argentina durante la dictadura (1976-1983), libro publicado en 1989 y reeditado en 1992-1993, compiló allí cinco poemas de Moore: “Pregunta 2”, “Sueños del día”, “Ser somos qué?”, “Transpiraciones” y “Muerte natural”, tres de los cuales se reproducen también aquí. Con Bogey en Casablanca significa un salto cualitativo, una ampliación, afianzamiento y robustecimiento de su voz, en tonos y temas; es el poemario que más piezas aporta a la presente publicación: doce, incluyendo “Al margen de la noche”, de factura lírica breve y sencilla, pasando por “Las calles” y “El café” –tópicos a los que volverá, bajo otras formas, en un reciente volumen de ensayos: Reunión de extraños: Borges, Buenos Aires, el café, Jack Kerouac y otras cuestiones–, hasta “Con Bogey en Casablanca”, una de sus más destacadas y difundidas piezas, donde convive-combina la clásica película con –nuevamente– “Carlitos” (Gardel), en cruces temporales, entre imágenes y diálogos. De ahí que colegas, poetas de generaciones y camadas anteriores y posteriores, apreciaran temprana y favorablemente la poesía de Esteban Moore, desde Joaquín O. Gianuzzi y Elizabeth Azcona Cranwell, pasando por Luis Benítez y Jorge Rivelli, filiándola a lo que ha terminado denominándose para la poesía local “generación de 1980”.

 

 

Los dos poemarios siguientes, aparecidos en la década de 1990, siguen incorporando temas, conjugando pasado y presente, referenciando lo urbano y lo rural, lo individual y lo colectivo, con distintas jergas y términos. Títulos como “In vitro” y “Lectura”, “Ángeles caídos” y “Breve vuelo transandino” ya indican una dirección –o, cuando menos, alguna pista o intención–, donde Moore también apela a las experiencias propias y al recuerdo, consolidando su voz, y extendiendo su poesía –a veces, a lo largo de varias carillas– en versos más extensos.

 

 

Finalmente, los dos poemarios aparecidos en pleno siglo XXI, El avión negro y Las promesas del día y otros poemas traen nuevas referencias al ambiente rural, como en “Mirá eso, pronto no lo volverás a ver” y “Chacareros”, nuevamente apareciendo elementos autobiográficos. Esto comentó el mismo poeta en una entrevista que le hice en 2020: su infancia transcurrió en torno a la localidad de Lobos –lo que daría contraste luego, al conocer la ciudad–, de donde emergen dos “símbolos” de la cultura y la política, y de allí provienen cantidad de recuerdos. Contó: “Nací de paso en Buenos Aires, en una clínica de Palermo. Sin embargo, pasé mi infancia en las inmediaciones de Lobos, la tierra de los dos Juanes: Perón y Moreira. De aquellos días me quedan distintas imágenes: la llanura tendida de la denominada cuenca del Salado castigada por la sequía y la inundación, el oro de los campos de trigo en diciembre surcados por las grandes trilladoras, los paisanos arreando la novillada, las fiestas criollas, las carreras cuadreras y los domingos en los boliches de campaña. Pero, en 1961, con la excusa de darme una mejor educación, me enviaron a vivir a Buenos Aires a la casa de mi abuela materna. Entonces descubrí, aquello que en visitas ocasionales hasta entonces no había advertido, la gran ciudad. Quedé deslumbrado. Por eso siempre recuerdo aquellos versos de Guido y Spano, como si fueran propios: ‘He nacido en Buenos Aires/ ¡qué me importan los desaires/ con que me trate la suerte!/ Argentino hasta la muerte/ he nacido en Buenos Aires.’ Los escuché por primera vez en 1967”. Mientras que, por otra parte, “Asado en la Barra de Maldonado”, por ejemplo, acude otra vez al recuerdo de una vivencia, aunque en tiempos más recientes.

 

 

Entre las poéticas y tendencias que encuentra durante y en la posdictadura, Perednik destacó, entre las revistas que se fueron consolidando hacia 1979, a Sátura, aparecido su primer número en 1980, “bajo la dirección de Fernando Kofman acompañado en los primeros números por Mariano Aufgang y luego por Esteban Moore”. Y señala: “Aunque tuvo un criterio de publicación amplio, es llamativa por lo poco frecuente en un medio cultural como el argentino, afrancesado, la atracción de los responsables por la literatura anglosajona y centroeuropea”. Moore, ya se dijo, traduce la lengua inglesa –especialmente de Estados Unidos, y particularmente la poesía de los beat–, y dicha actividad, junto a los libros publicados en Argentina y varios países de América Latina, se aprecia en un buen número de revistas en donde aparece, a lo largo de las décadas. Sólo para hacer referencia al ámbito local, el Archivo histórico de revistas argentinas (AhiRA) permite una rápida pesquisa en su web, para encontrar a Moore traduciendo y publicando a Allen Ginsberg y a Jack Kerouac, escribiendo reseñas, y publicado poesía propia en revistas de Buenos Aires y otras ciudades: Contrapelo, El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol, Unicornio, La Pecera, Diario de poesía y Hablar de poesía. Ha sido y es una presencia constante en el panorama poético argentino, y, también, latinoamericano.

 

 

La poesía de Esteban Moore se despliega, entonces, como una voz, como una obra –lograda con arte y oficio–, de libro a libro. Dialoga, y pone en diálogo obras, culturas y lenguas, desde cada poema. Poema que, como postulara Octavio Paz en El arco y la lira (1956), constituye la poesía misma. Es esta parte integrante de una poesía nacional (o rioplatense) cuya amplitud y variedad, profundidad y vitalidad ya ostenta más de dos siglos de vida –sumándole casi un cuarto de este tercer milenio–. Moore recupera y reelabora la tradición –conserva y supera, en el sentido mallarmeano (hegeliano) del término–, se enriquece con múltiples lenguas, y genera su propia voz, poniendo en acto una “invención verbal” (como dijera Terry Eagleton), opuesta al uso cotidiano y más o menos “funcional” diario, al desgaste del idioma utilitario y corriente, y especialmente contra la presente época, en la cual campea a sus anchas el “globish”, un inglés (básico) “global”, neolengua funcional a los poderes económicos y políticos establecidos –como señala, critica y polemiza Barbara Cassin en Elogio de la traducción (2016)–, y donde el empobrecimiento del pensamiento y la expresión en todos los estamentos y sectores sociales es notorio actualmente, promovido y ultrasimplificado por acción y efecto de las plataformas y redes digitales, y el “infotainment” de los monopolios comunicacionales. Ante tanta “memización” audiovisual, ante tanto ruido y grito hueco, narcisismos y “aislacionismos”, la poesía no renuncia a sus polifacéticas capacidades y poderes. Se constituye, toma la palabra, y se ofrece a la lectura, al intercambio y al diálogo, base y fundamento para una verdadera cultura.

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