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LILIANA PONCE

árboles como monjes

y otros poemas inéditos 

Liliana Ponce (Buenos Aires, 1950), egresó de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires; Publicó los libros de poesía Trama continua (1er Premio Fondo Nacional de las Artes, Corregidor, 1976), Composición (Ultimo Reino, 1984), Teoria de la voz y el sueño (tsé-tsé, 2001), Fudekara (tsé-tsé, Bs. As., 2008), Paseante y Huésped (Club Hem, La Plata, 2016) y las plaquetas Atención/Intención (Color Pastel, Bs. As., 2011) y Poiesis para unir discursos partidos (Urania, Bs. As., 2019). Realizó lecturas en numerosos ciclos de poesía y participó de encuentros poéticos en Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica y Uruguay.

Integra antologías de poesía como Antología de la Poesía Argentina (Casa de las Américas, Cuba, 1999); Poesía Erótica Argentina (Manantial, Bs. As., 2002); Mandorla 8. New Writing from the Americas (Illinois State University, 2005), Antología de Poetas Argentinas. 1940-1950 (Ed. del Dock, 2006), 200 años de Poesía Argentina (Alfaguara, Bs. As., 2010) y Atlas de la poesía argentina (Univ. De la Plata, 2017). Traducida al francés, integra la antología Voix d´Argentine (París, 2006); al inglés se tradujo Diary (“Diario”, de Teoria de la voz…, Ugly Duckling Presse, USA, 2018) y Fudekara (Cardboard House, USA, 2022), y al italiano poemas en la antología bilingüe Fare la luna (Ed. A capela, 2022).

Además de su labor poética y ensayística, es estudiosa de la escritura, la literatura y las religiones de Japón, en especial el Budismo. En ese marco, fue editora y partícipe del libro El teatro noh de Japón (tsé-tsé, Bs. As., 2002), y publicó Arte y artificio. Introducción al teatro clásico de Japón (Colisión, Bs. As., 2021)., traducciones de poesía japonesa y numerosos trabajos sobre teatro y literatura de Japón que aparecieron en revistas literarias y de arte.

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árboles como monjes

 

Árboles como monjes

sobre el jardín del monasterio.

Sus siluetas silenciosas

son formas del orgullo, la paciencia o la aceptación.

 

Y el verde que la luz cambia

muestra matices de sombras en sus hojas

convertidas en escamas, estrellas, óvalos, plumas.

La tarde cae hasta que el cielo se cierra

y un velo invisible se lleva sus fantasmas.

 

 

sin fecha

 

Ella y yo mirábamos las palomas

detrás del vidrio y en el cielo

–que se abría al gris, a la tarde,

hasta quedar en hilachas.

 

Iban las palomas en espiral repetido, lento,

como con dulzura sin quietud.

 

Ella y yo mirábamos las palomas

que subían hacia un vértice invisible en el aire.

Ella y yo, sin hablar,

las mirábamos,

y esperamos

hasta que la luz

llevó sus sombras a los fresnos,

a la fiesta lunar.

 

sin fecha

Música

 

Iba en el taxi que el conductor

hacía avanzar lentamente

–el tránsito nos arrastraba y nos detenía.

En el taxi sonaba Mozart.

Extraño que sea esta música –pensé–,

que estos sonidos vayan impregnando el aire

dentro de los vidrios,

rara belleza en días de furia

y desconcierto y palabras de ira.

Iba en el taxi construyendo una idea de recuerdo

y poco a poco recortaba melodías

y voces de un pasado lejano

–niñez como espera de lo que vendrá,

mientras jugaba en el cuarto

y la música seguía y cambiaba

y volvía desde un piano mediado

por cajas con parlantes.

 

El joven conductor del taxi avanzaba

y vi su tatuaje en el brazo derecho,

su cabello recogido en un rodete de moda.

Conducía sereno, seguro,

como si la música lo transportara,

su atención siempre en foco.

¿Estudiás música? –le pregunté.

–Es mi deuda– me contestó.

Y siguió con paciencia y control

la línea del carril central en la calle atiborrada.

 

Iba en el taxi

y dejaba que las notas de la música conformaran

la determinación de la mañana,

la avidez por detener extrañeza y goce

–contraste alterado por mi urgencia.

 

Varèse inspiró a Zappa –había leído el día anterior–,

 y yo iba construyendo una idea de recuerdo

de lejanas noches húmedas y frías,

cuando a la hora del lobo,

por la radio conocía a Cage y oía a Schönberg.

 

Y tan distinto como surtidor que salpicara el aire,

a nuestro lado, una camioneta con las ventanillas levantadas

imponía la potencia de cierta melodía caribeña

–espacios colmados y la imprudencia y el egoísmo

en la médula del tronco urbano.

¿Qué música será la que modela,

la que construye células

de esta desesperanzada inquietud?

 

Me acordé que anoche,

en la pantalla de la televisión,

Oliver Sacks explicaba

los efectos de la música en el cerebro.

Pero también en las plantas y los animales,

la música traslada el efecto a lo pequeño,

recorre la materia que escucha

después que oye:

la oscuridad del secreto

o la luz de la comprensión

–cambios, giros,

en la fuerza del pulso invisible.

 

La red de la mente y los hechos

se expande día tras día,

como telaraña envuelve las palabras,

los propósitos adormecidos,

absorbe el flujo de una corriente dulce o ácida

recorre una piel

que no sabemos si está sobre la carne.

 

El azar tiene sus reglas

–el cosmos las ordena en origen y fin

a la manera de tejido de ramas,

y adentro y en los bordes,

yo quería ir, dejarme ir en su golfo celeste,

porque la recurrencia era ahora relación sin soberanía,

casi sueño para sanación del ruido.

 

Iba en el taxi y el joven conductor

era el guía inusitado del lugar de mi mente,

que se convertía en túnel hacia un pasado

cuando el sonido era materia real

y entraba en el cuerpo,

podía arrancar la indiferencia

y reemplazarla por vacío y suspensión del tiempo.

 

Al final del viaje, la luz del mediodía

ya hería fachadas y vidrieras.

Entonces, el joven conductor se dio vuelta  

y mirándome, me preguntó:

–¿Vas a almorzar?

Y, amable, agregó:

–Aquí podés bajar

y comprar una manzana.

 

 (2018)

 

 

La máquina ameba

 

En forma ameba

la máquina se prende.

De la mano al ojo pasa la imagen

–ahora sabe morir, sabe matar.

Ah señoras, señores, niños:

sobre las aguas sin fondo,

la pantalla en pedacitos,

mueve color, sonido,

viene el mensaje.

La desliza otra vez

de la mano al ojo

–pareció secreto.

Dice verdad

pero la palabra contamina, corrige.

Pasa la mano en la pantalla

como manteca, como grasa.

El mensaje que aparece

y solo está en el vacío,

es virus en cuerpo desangrado.

 

¿Qué creés? ¿qué pensás?

–una rueda inmóvil de tu lado.

Sócrates y su cicuta forzaban la ley,

nosotros hace mucho olvidamos la lengua

–la palabra permuta,

herida, sin cuidado,

los rayos la atraviesan.

Deslizás la mano en la leche,

el cristal en litio.

Y así me llevás a un lugar

que no conozco,

me llevás arrastrando un cuerpo

que no es mío.

Tengo miedo

–nunca podré saber quién mira.

 

abril 2018

 

 

Llamo a las polillas…

 

 

 

para Celia Caturelli y sus Pequeñas vidas

 

Llamo a las polillas, a las arañas

–las llamo para encantarlas:

que se queden inmóviles,

que no vuelen ni caminen.

Pero el temor o la aprensión

no tienen verdaderas proporciones.

¿Quién domina? ¿Quién se somete?

El cuarto por donde me desplazo

se agranda o se achica

según mi aliento.

Se suspende el tiempo.

Grande y pequeño

son medidas de este mundo

–el sol y la luna distantes

igual para mis manos,

igual para sus patas y sus alas.

 

 

 

Abril de 2021

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