HISTORIA DE UN POEMA Y UNA CIUDAD
por Osvaldo Picardo
Fragmento del poema “Mar del Plata, seguido de Otros lugares y viajes”. Osvaldo Picardo. Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2012.
IX
Debería hablar sobre el mar,
el que le da nombre a la ciudad
tanto como que la niega.
El mar —decir por ejemplo— respira.
Suben y bajan, apoyados, tres patos marinos.
Y sobre el ronquido de su sueño
se sostiene el insomnio del pescador.
No está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país…
Me viene en cambio, la imagen del pescador.
De su espera larga, en la escollera.
Horas bajo el farol, horas de termo y de radio.
Y el brillo de unos ojos muertos
que traducen la incógnita de otro mundo.
No es el mar, sino una caña en el tiempo.
Debería hablar sobre el mar: El que da nombre
a la ciudad tanto como que la niega.
Decir algo así como Fogwill dice:
“Pero no hay mar: el mar es sólo ausencia
en la sílaba mar: pasa el sonido
y queda el hombre frente a un mar que inventa”.
Es cierto, no hay sino un invento.
Y sólo fuera del lenguaje
es posible que lo miren y que lo vean.
“Mar del Plata” son doce fragmentos o imágenes que componen un solo poema que reescribí durante algunos años para apartarme del estereotipo del afiche y pensar mi ciudad.
Historiar un poema es entrar en un depósito de objetos extraviados que aunque nunca han sido reclamados por sus verdaderos dueños, si los revisás con algún cuidado, te dejan ver, el “made in” y también esos abollones y rayas que delatan su prestada humanidad.
Esto me pasa cuando vuelvo sobre algún poema, como en el caso de “Mar del Plata” que a su vez, es un poema que nace como una meditación sobre el “made in” y la prestada humanidad de mi lugar en el mundo.
Cada vez que pienso en “historia”, no puedo dejar de pensar en algo más que en el tiempo transcurrido. El tiempo no transurre sin agregar algo más que tiempo. Por eso, la historia de un poema difícilmente pueda parecerse al poema. Podemos contar de dónde sale tal o cual poema, explicar dudosamente el hecho que provocó la escritura, y hasta podemos ingenuamente idealizar la desbordante capacidad de una o dos palabras para inspirarnos. Pero debo advertir que siempre detrás de esa pantalla hay un proceso por el cual la escritura primera se borra, se corrige y transforma en una realidad que no existía antes de ser escrita.
Mi poema también se recuesta sobre las cenizas de un tiempo pasado cuando Mar del Plata comienza a ser algo más que un asentamiento en Laguna del Los Padres y un saladero de un consorcio brasileño de un tal Meyrelles, en la desembocadura del arroyo Las Chacras, cerca de la actual playa de Punta Iglesia. Pero no quería hablar desde la anécdota y la nostalgia, ni desde la historia oficial de la “Feliz”. Había otras preocupaciones y procesos de escritura que me interesaba desarrollar. Tenía que escribir algo que significara para mí la ciudad natal así como también, el interrogante de lo que es una “ciudad” sin caer en prototipos elegíacos o celebratorios.
Hay un despertar a otra realidad, un viaje a otra ciudad cuando mirás fotos antiguas de la vieja estación de trenes o de un arroyo a cielo abierto donde es hoy la diagonal de los tilos. Cosas como volver a una esquina de la infancia en que había un bar que ya no existe, relatos de crímenes que nunca fueron resueltos... No sé qué de todo eso disparó mi primer acto de escritura. Fue una cuestión de anotaciones y documentos con los que me gustó entretenerme, pero que principalmente, me sirvieron para poder pensar una ciudad que se me volvía difícil de comprender y representar.
Escribir desde el lugar donde uno vive tiene que ver con un cierto provincialismo dentro de la poesía contemporánea; un lastre entre complacencias burguesas y concesiones publicitarias que no ayudan a pensar una ciudad que de tanto vivirla y sobrevivirla se hace invisible, lejana y olvidable.
¿Cómo se recuerda una ciudad? Quiero decir, ¿existen las ciudades así como las recordamos? La memoria de una ciudad no existe en las cosas, en los edificios, ni en los monumentos, sino en las marcas que hacemos. El texto trata de reflexionar y describir esas marcas, algunas más conocidas que otras. Escribir una ciudad que no sea la de los lugares comunes: los lobos de mar, la Bristol, el puerto, el souvenir de caracoles y la canción fácil, etc. Hay que referenciar todo de una manera que encaje en la extrañeza del que la descubre a través de las huellas propias y ajenas, los rastros que lo cotidiano y familiar han ido borrando o desdibujando.
La ciudad tiene abollones y rayas como una foto vieja que vuelve a ser mirada. Saltan a la vista las contradicciones y paradojas. Imaginen por un momento: hay una típica casona de piedra con techos de teja roja, a cada lado se levantan tremendos edificios de hormigón y carpintería de aluminio. No es sorprendente que en pocos años, desaparezcan negocios, casas y hasta balnearios. Esa también es otra forma de escritura del tiempo y de la sociedad. Lleva implícitas las huellas de una historia de destrucción, que es la historia de la Argentina y la que subyace detrás del brillo opaco de la "Perla del Atlántico".
La ciudad no es simplemente el lugar, sino la ciudad es la persona que la camina y la va marcando con su vida. Somos la ciudad.
No sé si pude lograr el poema. Mi intento al menos logró hacerme menos incomprensible Mar del Plata que, aunque cercana a Buenos Aires, queda siempre lejos del mundo.
* Este texto fue publicado en el Blog “El desaguadero” a cargo de Hernán Schillagi y Fernando G. Toledo. Fuente: http://eldesaguaderorevista.blogspot.com.ar/ Y posteriormente, en la revista y editorial Línea de Crujía a cargo de Evangelina Aguilera, Fuente: https://lineadecrujia.com/revista/