OSVALDO AGUIRRE
SOMBRA Y OTROS POEMAS INÉDITOS
Nació en Colón (Santa Fe) en 1964. Alguno de sus libros de poesía son "Las vueltas del camino"[1992]; "Al fuego" (1994); "La deriva" [1996];"El general"[2000]; "Lengua natal" [2007]; "Tierra en el aire" [2010]
Publicó también las investigaciones periodísticas Historia de la mafia en la Argentina (2000), Enemigos públicos. Los más buscados en la historia criminal argentina (2003), La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia (2004), La Conexión Latina (2008), Ingallinella, un hombre (2015) y Enigmas de la crónica policial (2016). Es autor de las novelas La deriva (1996), Los indeseables (2006), Todos mienten (2008), El novato (2011) y Escuela de detectives (2013); de los libros de relatos Notas en un diario (2006), Rocanrol (2006) y El año del dragón (2011). Compiló la Obra periodística de Francisco Urondo (2013), La vanguardia perdida. El humor de los 60 en 4 patas, Gregorio y la Hipotenusa (2016), Les presentamos a R. J. Walsh (2017) y ¡Extra! Antología de la crónica policial en la Argentina (2017), con Javier Sinay.
Sombra
Al doblar
en la cuadra
donde la comuna,
la sucursal
del banco de la provincia
y el club Independiente
ubican el centro
del pueblo, descubrimos
una deslumbrante
bola roja suspendida
en el horizonte.
Pero el atardecer
no coincide con el final
del camino,
ni sopla el viento
las hojas del calendario,
o en todo caso quién
puede decir algo.
Admiramos un rato
el espectáculo
y volvemos al diálogo
en que estamos:
viene la primavera
y pensamos
en una planta nueva
de naranjas,
en un limonero
entre las rosas y las camelias,
pensamos en unos árboles
que tiendan sombra
y reparo en casa
el día del regreso.
El paseo por el campo
El maquinista
dijo que los chicos podían subir
y nos llevó de paseo por el campo,
el día de la cosecha.
De pie, tomados de la baranda,
como en un barco que se desplazara
torpe y a punto de encallar,
contemplanos en silencio
el espectáculo. Ahora
despierto en medio de la noche
y lo recuerdo.
Al lado, en la cabina,
el hombre conducía esa máquina
de nombre tan gracioso,
cortitrilla, y descargaba el cereal
en un acoplado que iba a la par.
Venía de algún lugar
de la provincia de Buenos Aires
y a la mañana siguiente partiría
hacia otro igualmente lejano.
Bajamos en la oscuridad
y con una linterna
nos indicaron el camino
para volver a la casa.
En medio de la noche
el rumor de la máquina,
el motor que parece atorarse
y sale con más fuerza,
me despierta.
El duraznero
I
El duraznero
se desplegó
en un día de viento
y frío que calaba
los huesos.
No quedaba
una sola mandarina
en el monte
de plantas vecinas
y estaban agrias
las que alzamos
del suelo.
Pero hubo flores
para anunciar
el invierno.
II
Fue la primera
cosecha,
en noviembre.
Las ramas llegaban
hasta el suelo
de tan pesadas
y se perdían
entre el pasto,
tan alto como nunca
antes, un cerco
alrededor del casco,
la tapera.
La planta se defendió
por su cuenta
sin otra ayuda
que el sol, las lluvias
y el viento,
y quedó expuesta
a los pájaros
y a los insectos
que llenaron sus hojas
de agujeros y marcas,
y a cuanta plaga
anduviera suelta.
No hubo caso
durante años
y al fin maduraron
en el campo
abandonado.
Pero los milagros
no duran,
y los duraznos
comenzaron a pasarse,
se pudrieron con el calor
y abonaron el suelo
para que el ciclo
se cumpla
la primavera que viene
y en la que viene
y en la siguiente.
En el cementerio de Juan B. Molina
I
Dios
no te castigó,
ni caíste
fulminada
por un rayo,
como pedías,
en caso de decir
una mentira.
Todos los muertos
fueron testigos.
II
Salieron
de las celdillas
atontadas
por el efecto
del insecticida.
El nido quedó
por el piso, polvo
en el ladrillo
molido.
No pudieron
hacer nada.
Eran tres o cuatro
rojas y negras,
y entre ellas
una reina destronada
a escobazos limpios
y patadas.
III
Esta es la primera
foto, en el cajón
de sus restos.
No lo imaginaba
de ninguna manera
y cualquier otra
imagen hubiera sido
una sorpresa.
Pero se trata
de ésta y me cuesta
dar con el aire
de familia. Tal vez
la forma de mirar,
esa reserva
con la que se pegó
un tiro en la cabeza
cuando lo esperaban
en la mesa.
Turismo rural
En el tramo
que va de la bajada
de la autopista
hasta el cruce
de Santa Teresa,
la ruta 90
corre en línea recta.
No es un descenso,
entonces,
ni el infierno es la meta,
pero los boquetes
y las fisuras del asfalto,
los remiendos
que dieron por efecto
nuevas roturas
y hundimientos,
son una prueba
de la que quedan
pedazos de neumáticos
y piedras esparcidas,
y quién sabe si son balizas.
Los carteles indicadores
piden precaución
y circular a no más
de 40 kilómetros por hora,
pero los conductores
prefieren andar en zigzag,
para esquivar además
el tránsito de camiones
y maquinarias a remolque
de lentísimos tractores.
La subida de Cabral,
una leve ondulación,
permite una panorámica
de los silos de la cooperativa
agrícola, la estación
del tren y la cancha
del club Independiente,
y al declinar,
en la entrada del pueblo,
conduce a una estación
de servicio sin bandera,
oasis de viajantes,
trabajadores de paso
y gente confundida
que anda de turista
por la ruta 90.