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Cuentos

CUENTOHISTORIETAS

 

                      A    Marta Carlomagno i.m

 

 

 

       Yo he sido nombrado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud,

porque yo era el consejero del antiguo comandante en las cuestiones penales,

y, además, conozco al aparato (ejecutor) como nadie.

Mi principio fundamental es éste: la culpa es siempre indudable.

 

       En la colonia penitenciaria, Franz Kafka.

 

 

 

Wakefield II

A Elena Dubecq i.m.

 

    El hombre salió a comprar cigarrillos. Su mujer, Beba, le había dicho que no tardase. El pensó en Wakefield, aquel cuento de Nathaniel Hawthorne, en el que el hombre decide irse de su casa para regresar transcurridos casi treinta años.

       Pero él no tenía motivo para tamaña idea. Era feliz con Beba. Antes de llegar al quiosco, un puñado de hombres lo detuvieron. Lo metieron en un auto y le hicieron preguntas.

       —Les repito que me llamo Daniel García.

       —Es a usted a quien buscamos.

       —¿No estarán confundidos, señores? Miren que Danieles Garcías hay muchos. Además, no hice nada.

       Unas horas después se encontraba encerrado en una especie de cárcel con una veintena de hombres. Todos se llamaban Daniel García. Comprendió horrorizado que se había convertido en otro Wakefield, en un nuevo Wakefield...

 

 

 

                                                        

 

 

 

Superman

A Alberto Vanasco y J.J. Bajarlía, i.m

 

 

       —Soy Superman —explicó.

       Y se escondió detrás de un armario. Reapareció unos minutos después, ahora con los anteojos puestos, tímido, más ridículo que hacía un rato. Los hombres que estaban sentados a los escritorios, rieron.

       —Nos tiene que informar todo lo que sabe.

       —Soy un simple periodista. Mi nombre es Clark Kent y conformo una especie de héroe de historietas. Todos los pibes del mundo me conocen. ¿Por qué no les preguntan a ellos?

       Se miraron. El mastodonte, que se destacaba entre todos, le gritó:

       —No estamos para bromas. Se trata del destino de la patria.

       —Ya les dije: nací en Kripton, los Kent me recogieron y...

       —Llévenlo —ordenó el jefe.

 

       Dos días después volvió a repetirse la escena. El tímido hombre había sido presa de golpes. Ya no se parecía a Clark Kent. Y mucho menos a Superman.

       —Nada de hacer la pantomima de esconderse otra vez detrás del armario —amenazó el mastodonte.

       —Se hace el idiota, jefe —dijo otro—. Nos carga...

       —A ver: ¿Cómo es Kripton, entonces? —preguntó el jefe simulando una sonrisa.

       —En verdad...no lo sé. Era bebé cuando los Kent me hallaron en la nave... —comenzó a explicar.

       —¿Nos tomás por idiotas, eh? —le dijo el mastodonte.

       —¿Qué significa Kripton? —gritó el jefe—. ¿Hay más gente de Kripton en el país? ¿Es una célula, acaso?

       Se quedó mudo, abatido. Un nombre que no era el suyo se leía en la carátula de la carpeta. El hombre miró hacia la ventana. Era su oportunidad. Resultaría una buena nota para la redacción de su diario. Ante los ojos perplejos de los inquisidores, se echó a volar.

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