Burgueses hablando de Jesucristo
Víctor HUGO
(1802-1885)
Selección, traducción y nota de Rodolfo Alonso
Dibujos y notas originales de Víctor Hugo
Quizá nos hemos habituado a considerar a Víctor Hugo, como un fantasma de tiempos idos, cuando no como un poeta sin duda prolífico pero muy probablemente superado. Abrumada por su fama estruendosa, asediada por la grandilocuencia de su persona y de su época, esa misma obra, no obstante tan fecunda, tan vasta, tan activa en su tiempo como la propia vida social y política, conserva todavía —aquejada y fecundada a la vez por su turbulenta carrera de hombre público, ¡de eficaz hombre público, impensable para un poeta actual— muchas sorpresas para el que sea capaz no sólo de adentrarse en su monumentalidad sino también de percibirlas.
Aunque su gloria o, mejor, su glorificación, llegó a ser sobre todo en sus últimos momentos apoteótica, también es verdad que ya por entonces cosechaba desaires. La refinada reticencia de un Sainte-Beuve, que fue capaz de escatimarle apoyos a la línea Baudelaire, Flaubert, Proust (quien devolvió el golpe con todo un volumen Contra Sainte-Beuve), aunque al hacerlo quizá incluyéndolo a contrario sensu de algún modo en semejante linaje, se encrespa hasta adjudicarle a Hugo «un alma grosera de bárbaro enérgico y astuto».
Que alguien tan lúcido y exigente como el gran poeta René Char (1907-1988), haya puesto los puntos sobre las íes sin desdeñar a Hugo (aunque «sabe proyectar sobre el oficio perdido del verso, cuando ese oficio es inspirado, sucesivamente la luz más armoniosa y la más carmesí», también «es literalmente despedazado por el obús baudeleriano»'), no ha de sorprender quizá menos al lector inocente.
Burgueses hablando de Jesucristo
—Su moral no era mala. Murió a los treinta años.
—Cambiaba en vino el agua. Se decía en su tiempo.
—Natural de Judea. Tenía doce apóstoles.
—Gente grosera. Nadie. Celosos unos de otros.
—Les lavaba los pies. ¡Es extraño, el pozo
De la samaritana, y el demonio, y también
El asunto del ciego, y el del paralítico!
—¿Lo sacó realmente de su tumba a Lázaro?
—Era un sabio. LIn loco. Su sistema es muy bueno.
—Veraz en teoría pero falso en la práctica.
—Su proceso es real. Y Judas es legítimo.
¡El honrado al patíbulo y absuelven al ladrón!
—Se ve claro que andaban los curas ahí debajo.
—Todo cambia; hoy tiene los curas de su lado.
—De padre un carpintero, y reyes por ancestros,
¡Es raro! ¡Para nada! Una rama desciende,
Luego vuelve a subir, siempre la misma sangre;
No resulta curioso en genealogía.
—Sabía que buscaban acusarlo de magia
Y que de su tormento hacían preparativos.
—Su Magdalena fue una cualquiera. O casi.
—Eso no impide ser santo. Por él contrario.
Cuanto dicen de él prueba a un hombre muy dulce.
—Era tan bello. Pálido, judío. Pelirrojo.
—Lo cierto es que hizo el bien aquí sobre la tierra.
—Mucho bien. Era bueno, austero, fraternal;
El demostró que todo, excepto el alma, es vano;
Sin duda no era Dios, pero sí era divino.
El hizo al hombre nuevo mejor que el hombre antiguo.
—¡Qué desgracia que se haya mezclado en política!
HUGO
por René Char
Hugo es entre los poetas de la poesía francesa aquel que más atr ae y rechaza al mismo tiempo. Hugo es un intenso y búhente momento de la cultura en abanico del siglo XIX, no un escalón efectivo del conocimiento poético de ese siglo. Obeso augusto, es el gran triunfador de los insensatos, o a la inversa. Sobre su silueta gigante, se emboban, se admiran, se revientan de risa, se enojan, se riñen, se anotan para la pantomima. Tanta fatuidad astuta hiere de consternación. Pero un remordimiento nace de inmediato. En nuestra época, he aquí el poeta menos indispensable que haya, pero es aquel que sabe proyectar sobre el oficio perdido del verso, cuando ese oficio es inspirado, sucesivamente la luz más armoniosa y la más carmesí. Es suelto, misterioso a pedir de boca, fiera admirable en sus saltos; su toque es inefable, por instantes cercano a la caricia medusina de Racine. Su límite asciende sobre una vertical segura. He ahí nobleza.
Hay temas para todas las edades y para todos los ideales, pero ninguno de esos temas es satisfactorio para todos. Su garra torrencial es irreemplazable cuando se la contempla encogida y diseñada sobre restos y pedazos, láminas y grimorios. En silvestre, sobrepasa a Pan. En su totalidad, es imposible. Un Bamum charlatán, contador de sus honores, de su lirismo, y de sus monedas, manejando en los asuntos corrientes de la existencia el verbo salvador como un bastón o aún como un pase. Pero tan pronto muere de esa muerte violenta que le inflige Baudelaire -es literalmente despedazado por el obús baudeleriano-, sus comarcas bellas se liberan, su aurora cesa de jactarse, partes de poema se separan y, espléndidas, vuelan frente a nosotros. De su interminable y a menudo senil diálogo con Dios y con Satán no subsisten más que algunas horquillas aguzadas y algunas azucenas esparcidas, pero de un tenor de aroma y de fuego casi único.
Hugo prosista no puede rivalizar con Chateaubriand. En las antípodas, Gérard de Nerval, con Silvia, encanta el boscaje de muchos siglos. Sin embar go, él acerca el cuadro de lo que distingue mucho mejor que Nicéphore Niepce.
Agreguemos que Hugo es el arquetipo de espejo grandioso en forma de corazón y de resultado donde se interroga la notoriedad de algunos de nuestros importantes contemporáneos. Eso debe serle tenido en cuenta.
Bosquejos para retrato de V. Hugo realizados por A. Rodin