SOCRATES
INTERLOCUCIÓN DE LA MUERTE
por Silvina Vuckovic
Año -399. Sócrates es acusado y condenado a muerte por un tribunal ateniense bajo los cargos de impiedad y de corrupción de la juventud. Su condena no se hizo efectiva inmediatamente sino un mes después del dictamen. Durante ese tiempo, sus discípulos ofrecieron pagar una multa para salvarlo y llegaron a proponerle fugarse, lo que Sócrates no aceptó. Eligió la opción de beber cicuta y reivindicó, así, su convicción acerca de la existencia de un alma inmortal razón por la que defendía que se debe recibir a la muerte sin temor alguno. Las disquisiciones que tuvieron lugar durante el tiempo entre la condena y la ejecución han sido y siguen siendo objeto de numerosas hipótesis y conjeturas. Salvando las distancias y reflexionando de manera contrafáctica: ¿Sería posible pensar que a Sócrates no lo mató la ingesta de cicuta sino la falta de una interlocución válida, externa o interna que lo hubiese llevado a una determinación diferente a la que adoptó, es decir, la falta, precisamente, de una pregunta más? Asimismo, podría haber sido la inexistencia de una respuesta. Se podría considerar, entonces, que haya sido la discontinuidad de la práctica filosófica lo que determinó la interrupción de su vida.
Bajo la acusación de impiedad y de corrupción de la juventud, un tribunal ateniense juzgó a Sócrates y lo condenó a muerte.
Un eventual destierro o el pago de una multa eran –para él- alternativas inválidas: para los ciudadanos griegos las vinculaciones socio-políticas lo eran todo y ser desterrados equivalía a morir en vida. Rechazó también la opción de abonar una suma de dinero puesto que no lo tenía y tampoco aceptó que otros pagasen por él. Frente a la última opción, sus discípulos intentaron disuadirlo y él les propuso reflexionar conjuntamente sobre el tema.
Hay consenso entre los investigadores que han abordado el problema en cuanto a lo injusto de la acusación.
Tras este planteo de los hechos, intentaré un análisis –no exhaustivo- de la cuestión.
En principio cito algunas afirmaciones acerca de qué es la filosofía. Según Jaspers: “la búsqueda de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia de la filosofía”, de aquí que en la práctica filosófica sean más importantes los cuestionamientos que las respuestas. Me pregunto, entonces, si Sócrates no sintió esta ausencia de respuesta como límite de su vida mortal, en tanto la ausencia de respuesta es, también, un grado de soledad, de ausencia del otro, de ese otro que está en el lugar de la verdad o de la posibilidad de ésta.
Si las respuestas clausuran, ¿no es, tal vez, el diálogo que tuvo Sócrates con Critón, una clausura en sí mismo? ¿Fue, Critón, el interlocutor buscado, necesitado o válido por/para Sócrates?
Si Critón fue un personaje de ficción o uno real inserto en un diálogo reconstruido, entonces podríamos pensar que la lectura de ese diálogo nos devuelve un Sócrates que monologa y, en ese caso, resulta inquietante el hecho de que el monólogo no es siempre contrario al diálogo y, a veces, hace evidente la ausencia del otro, aun cuando se trate de un desdoblamiento especular o diferencial.
Según estudios, la razón funciona bidimensionalmente, a este respecto dice Maliandi que “la razón tiene que operar, entonces, tanto en la fundamentación como en la crítica”. Durante el diálogo de Sócrates con Critón ¿se refleja esto? Parecería que primó la fase fundamentadora. ¿No hizo uso, Sócrates, de la fase fundamentadora por sobre la fase crítica de la razón, en tanto toda la secuencia de respuestas apuntaban a fundamentar lógicamente lo interrogado y no a cuestionarlo o refutarlo?
Heidegger sostiene que el asombro es fuente que perdura más allá de su función como disparador inicial, es el ´desde donde´ original, un “desde donde” que no tiene atrás. Dice: “El asombro sostiene y domina por completo la filosofía” (1960:50) y permanece como esencia de las respuestas para todos sus interrogantes. Me pregunto, entonces, si hay en los planteamientos entre Sócrates y Critón una posibilidad de ser del asombro como temple del ánimo o si pudo haber faltado un nuevo discurrir, un diálogo por otros carriles no abordados.
Siguiendo a Heidegger: “en la lengua griega lo dicho en ella es al mismo tiempo, por modo eminente, aquello que lo dicho nombra” (p. 25). La enunciación de una respuesta, de una conclusión, es respuesta y conclusión, es la asunción cabal de la certitude. Sócrates no evitó la oclusión del diálogo y más bien la procuró. Esta resolución me llevó a pensar en la posibilidad de que haya asumido el final de su vida como opción y no como compulsión, en cuyo caso esto podría analogarse, en esencia, con la anuencia de un suicidio encubierto.
Sócrates asumió y/o procuró el renunciamiento a su propia vida como vía para legitimar su sabiduría, pretendiendo consistencia para con sus muchos años de enseñanza y ejemplariedad, que lo convalidaban como un modelo de coherencia entre el ser, el pensar y el sentir. De ello surge que, de ese modo, podía dejar una huella tras su paso de la que no se pudiera detectar mancha por falta de co-rrespondencia. Frente a esto, y aun cuando se afirmara que la decisión sobre su destino final fue fruto de una libre elección suya de entre las opciones disponibles en el cuadro de situación en que se dieron, persisto en la idea de que ese final anacrónico no sólo no propiciaba una continuidad de la práctica filosófica sino que daba por tierra con los últimos vestigios de posibilidades de supervivencia de la misma. Así, tal decisión se podría constituir como predominantemente política. No puedo evitar recordar –en esta instancia- que Russell, alguna vez, proclamó que nunca daría la vida por sus creencias porque podrían ser erradas.
Análogamente, debo imaginar que puedo estar errando el planteo total o parcialmente, que todo el mapa de preguntas e interrogantes puede haber dado con falsos postulados, que puedo haber estado andando por un camino que no era el que me mantenía en el andar filosófico y, en consecuencia, debería sostener que la muerte por la que optó Sócrates sí fue filosófica. En otras palabras, si hubiese que pensar que el planteo original no encontrase buen puerto y fuera imperioso descubrir por qué lo contrario de lo supuesto es lo verdadero, en este caso, por qué el destino final que Sócrates eligió para su vida sí es continuidad y coherencia con su práctica filosófica, entonces, aparece una nueva posibilidad de puerto: se puede pensar que la muerte de Sócrates pudo haber sido clausura para su discurso pero apertura para su mismo discurso renovado y realimentado en boca de sus discípulos; que, aunque fue la suya, una muerte a destiempo, fue de suyo filosófica pues ella misma se constituyó en un nuevo signo de interrogación.
Para concluir, podría parecer que rondar sobre un hecho que tuvo lugar hace dos milenios y medio no tiene repercusión ni punto de contacto con nuestro ahora. Y ésta, nuestra actualidad, en una constantemente insatisfecha demanda utilitaria, nos exige un esfuerzo extra. En tal sentido, dejaré sobre la mesa una última ocurrencia: aquella muerte podría hablar a las claras de la falta de un sujeto político de resistencia ante lo que se decide injustamente, aunque esa decisión emane de cuerpos institucionalizados.
Referencias bibliográficas:
Jaspers, Karl (1978) ¿Qué es la Filosofía?, en La Filosofía, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1978
Maliandi, Ricardo (1997) “Prolegómenos para una crítica de la razón unidimensional”, en Volver a la razón, Buenos Aires, Biblos, 1997
Heidegger, Martín (1960) ¿Qué es eso de filosofía?, Editorial Sur, S.R.L., Buenos Aires
Platón, (2000) “Critón”, en Diálogos completos, Madrid, Gredos