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EL AURA DE LA TRADUCCIÓN:

Ritsos y Juanele

 

Osvaldo Picardo

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Juan L. Ortiz y Gerarda Irazusta -su esposa- en Paraná (Archivo Alfredo Veiravé).

 

 

La traducción en Argentina del poema “La Ventana” fue publicado por primera vez por el Lagrimal Trifurca en 1973, unos quince años después de que se publicara su original griego. Al cuidado de Francisco Gandolfo y Hugo Diz, se rescató entonces, no sólo el bellísimo poema de Ritsos sino el trabajo delicado de una traducción que Juan L. Ortiz  hiciera, a su vez, de alguna versión francesa -quizás de Alecos Kataza[1]-, y que viajó por el Paraná hasta sus huesudas manos. 

 

El hecho mismo de una traducción ya habla de la historia secreta de un encuentro. Si esa traducción -como es la de nuestro tema-  reúne a dos poetas, esto nos sugiere la preexistencia de un mapa, red de viajes y de hallazgos líricos en común. Y a lo mejor, de coincidir en un mismo lugar y momento: un rápido pasaje compartido en la navegación por el mundo. Tomemos un solo caso entre los miles que existen. Es el de “El gran zoo” de Nicolás Guillén. Fue publicado antes que en Cuba, en Grecia por la Editorial Zemelio en 1966, con la traducción al griego del mismo Yannis Ritsos, quien, de visita en la isla, se había llevado los poemas traducidos al francés por el haitiano René Depestre. Haití (y el francés como lingua franca), Cuba y Grecia constituyen, de ese modo, un laberinto traducido por el hilo de Ariadna, el hilo que lo recorre y lo rehace, dándole sentido en un programa de camaradas de viaje y entusiasmos revolucionarios.

 

La biografía convencional se entrelaza con un secreto proyecto de escritura. Yannis Ritsos, tal como se nos dice, nació en 1909, en Monenvasia, una ciudad en el Peloponeso, que aún conserva la muralla bizantina del siglo VIII. De joven se afilia al Partido Comunista y comienza a leer a los poetas surrealistas y a los futuristas, especialmente a Maiakovski. Y en uno de sus primeros libros, Epitafio, denuncia la represión del alzamiento campesino de Tesalónica en 1936, enlazándose desde entonces, a un destino marcado por la resistencia y la inconformidad.

 

Las afinidades políticas no tardan en unirse a las poéticas, revalidándose como opción superadora de la misma contingencia histórica y de su literatura panfletaria. Pero de ningún modo se abandona el sesgo inquietante que indaga la realidad desde bases ideológicas. Cuando Ritsos es citado por Horacio Castillo en la introducción de los fascículos del CEAL -“Los grandes poetas”, Nro. 25, Bs.As.,1988-, pone el acento en la paradoja de la poesía política y el “error de dividir la poesía en categorías”. Y agrega Ritsos, por boca de Castillo:

 

“El poema surge de una necesidad de ahuyentar el silencio, de un mandato que viene de la prehistoria. Escribir poesía hace, sin saberlo, una lucha, cuerpo a cuerpo con la muerte. Y cuando decimos muerte no entendemos sólo la muerte física, sino también todas las formas de muerte social. La opresión, la esclavitud, las aspiraciones que no se cumplen, todo eso constituye una diaria ejecución, una muerte…Una confrontación con esta forma de muerte es la poesía política…”(pág.3).  

 

Por su lado, Juanele vivió la poesía desde una actitud aislada en la que la contemplación y la piedad se buscan para iluminar la existencia:

 

“Yo quería servir, tenía un sentimiento de servicio. Pero ¿servir a qué? A algo que siempre ha sido, a través de toda mi vida, muy operante: la piedad. Piedad hacia el hombre, hacia los animales. En este sentido mi vida me llevó a buscar todo lo que podía encontrar que me iluminara. Así, el servicio era la necesidad de denunciar la injusticia, y denunciarla como yo podía hacer: y esto también era piedad”.

 

Gran lector de textos políticos, sobre todo del marxismo y del maoismo, Ortiz revela o enciende una religiosidad en sentido amplio, donde la conciencia de los “hombres sin techo y sin pan” se contrapone a una naturaleza que, como lo definieran Piccoli y Retamoso, no cesa de desvanecerse en el afinamiento del decir.

 

De este modo, existe un hilo delgado, sensitivo, entre la imagen del río de Juan L Ortiz y la tarde sobre el mar vista desde el puerto del Pireo, en el poema La ventana de Ritsos. Son miradas que se encuentran en el laberinto de la vida, traduciendo la realidad en aura. 

 

Hay alrededor de este encuentro de lectores, traductores y poetas varias circunstancias reveladoras. El mismo Juanele en una charla con Alicia Dujovne -“El escondido licor de la tierra”, La Opinión, 1978- confesaba con entusiasmo de lector que “pescaba y traía traducciones del ruso, del japonés, literatura africana, todo”. Ese “todo” goloso nos habla de una búsqueda incesante que acompaña su soledad en la provincia, nos habla de un ida y vuelta, de una alegría abierta al mundo, pero que también devuelve sin cesar a la vecindad, a la intemperie sin fin  que está “cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin”.

 

Rodolfo Alonso y también Jorge Isaías han contado, en Diario de Poesía (Nro. 1/ 1986), cómo fue que Juanele dio con la poesía de Ritsos. Alonso, al respecto de otras traducciones del poeta argentino para la revista Poesía Buenos Aires que dirigía Raúl G. Aguirre, refiere el hecho de la detención de Ortiz durante el gobierno de Frondizi.  Detenido por “perturbador”, desde la cárcel anunciaba que estaba traduciendo a un poeta griego. Se trataba de Ritsos.  Muchos jóvenes poetas y amigos de Ortiz, conocieron tanto al poeta griego -como a tantos otros- a través de esas traducciones orticianas que, en su mayoría, permanecen inéditas.

 

“Según nos contó -dice Jorge Isaías de Juanele- lo venía leyendo en las revistas francesas desde la época de la Resistencia”. Y agrega : “Lo cierto es que el largo poema La ventana, que editó en forma de libro el lagrimal trifurca se debió a una versión suya…fue la primera que apareció en castellano” (p.20).

 

Las condiciones de la época y el anecdotario biográfico, poco a poco, dan lugar a la permanencia de lecturas y traducciones, un canon en construcción cuyos cimientos superan lo político sin negarlo. Estamos en la zona de los afectos y de la ineligencia que Juanele llamara “ardiente”, capaz de “tomar y consumir una zona de la realidad e iluminarla”. Cuando entramos de lleno en el texto del poema traducido, empezamos a comprender esa iluminación al mismo tiempo que la sentimos como “aura”, concepto sobre el que nos han llamado la atención el mismo Rodolfo Alonso, citando a Benjamin: la manifestación irrepetible de una lejanía por cercana que pueda estar.

 

La acotación escénica que precede al poema La Ventana impone una atmósfera crepuscular y una situación de expectación que también se encuentra en la obra de su traductor. Hay en ello, un diálogo elíptico con el silencio que no responde ni necesita responder:

 

“Dos hombres están sentados junto a la ventana que da al mar”

 

Y sólo uno de ellos es el que habla. El otro parece un marino y escucha. Cargados por igual  de amistad y de distancia, sus presencias se despliegan ante la multitud y el paisaje portuario, en dos momentos: primero sentados, y luego, cambiando de escena, dejan la ventana para avanzar hacia el muelle que miraban:

 

“Se detuvieron, miraron el mar, oyeron el salto entrecortado de un pez en el agua baja y, sin razón, se apreta­ron sus manos, palma sobre palma. Luego silenciosos, tomaron asiento sobre un ruedo de húmedos cordajes, encendieron un cigarrillo y se miraron a la llama del fósforo”.

 

Se vuelven gestos de una dicha de primavera mientras oscurece sin palabras. Nadie las necesita porque “La ventana/ es una serenidad, una transparencia servicial y leal”.

 

[1] Ritsos, Yannis. Yannis Ritsos. [tr.by]: Gérard Pierrat, Chrysa Papandreou, Alecos Kataza & Antoine Vitez · Editor Chrysa Papandreou. Paris: Pierre Seghers, 1968. 191p.

Primera edición de La Ventana.jpg
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