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CARLOS BATTILANA

poemas de Una mañana boreal

 

(Paso de los Libres [Corrientes],1964). Reside en Buenos Aires. Ha publicado libros de poesía como: Unos días (1992), El fin del verano (1999), La demora (2003) o, Un western del frío (2015). En 2010 se publicó Presente continuo, una breve antología de sus poemas. En 2017 publicó el libro de ensayos El empleo del tiempo. Poesía y contingencia. Enseña literatura latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.

UNA MAÑANA  BOREAL

 

 

¿Qué es el Ártico, Groenlandia, Alaska?

 

maneras de lo blanco, matices

de una gradación.

 

Una creencia popular

afirma que los esquimales

tienen

siete formas

de designar la nieve

 

sus voces

nombran

detalles leves

que un individuo

de la llanura

ni siquiera

logra ver.

 

En las zonas templadas

decimos

“nieve”

como si fuera

un solo objeto

y no

una materia

de varias puntas

en dirección

a infinitas

constelaciones.

 

La lengua resulta

móvil

y se adapta

a distintos lugares

y temperamentos.

 

En los territorios boreales

la palabra “nieve”

puede ser

un modo de la utilidad

una forma de la transacción

 

otras veces

refiere

un mercado sigiloso

de sopor

en medio del frío.

 

La mayoría de las ocasiones

en aquellas latitudes

“nieve”

designa

un acto reflejo

donde la mente 

desentierra

letras de un idioma desconocido

 

una mente

minuciosa,

aligerada de su peso

 

que no deja de oscilar.

EL HUMO

Crece

como un animalito mullido:

 

Emilia, la niña más chica,

es

un humo dulce

–los afluentes

de una droga profunda–

que trajo

la alegría

a todas las horas del hogar.

 

Juega, aún, en su habitación:

 

cuando lo hace

quiebra todas las cosas herméticas del mundo,

nuestra voz más áspera,

la más dura.

Diane Di Prima, 1969
RAMITAS

El pesebre

se logró

con las ramitas

que recogimos

del jardín.

 

Emilia

recortó

–como sólo ella

sabe hacerlo–

papel plateado

e imaginó

un oasis

en el desierto

bíblico

del Niño

recién nacido

 

luego

–debajo del Árbol

profano–

fuimos incorporando las

pequeñas

estatuas de arcilla

–José, María,

Jesús–

y con un poco

más de energía,

Dickens,

tal vez Darío

–¿quién sabe?–

nos ayudaron

con los “tardos

camellos

de la caravana”

los camellos de la infancia

los camellos de los Reyes,

a quienes

llamaremos

por tradición

Melchor, Gaspar y Baltazar.

 

Más tarde

Sofía fue acomodando

pastos y ramas

y sin la luz del día,

iluminado

artificialmente

por las luces

del pino de Navidad,

contemplamos

–admirados– el antiguo

escenario

de la niñez

que renace

año tras año.

 

Un poco emocionados

con la alegría afectiva

que amalgaman las horas

fuimos a dormir

y Marcos,

el niño grande,

el niño interminable

que Dios o la vida

nos han legado,

sin que nadie lo notara,

tomó la estatuita

de José

para dormir

con ella

 

nunca lo sabremos

–es un enigma–

pero su vida misteriosa

ha hecho de las imágenes religiosas

(medallas, talismanes, estampitas)

un destino visual,

un lago interminable

donde contemplar

el secreto de sus días,

las sucesivas jornadas

que –nunca lo sabremos–

son su cruz

o su felicidad.

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