Alfredo Saldaña:
Sed y otros poemas escritos en Argentina (inéditos)
Alfredo Saldaña (Toledo, 1962). Ha publicado los libros de poesía Fragmentos para una arquitectura de las ruinas (1989), Pasar de largo (2003), Palabras que hablan de la muerte del pensamiento (2003), Humus (2008), Sin contar. Poesía 1983-2010 (2010) y Malpaís (2015). Parte de su obra ha sido traducida al búlgaro, checo, esloveno, estonio y rumano.
Profesor Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza. Algunas de sus publicaciones científicas: Con esa oscura intuición. Ensayo sobre la poesía de Julio Antonio Gómez (1994), Modernidad y posmodernidad: filosofía de la cultura y teoría estética (1997), El poder de la mirada. Acerca de la poesía española posmoderna (1997), El texto del mundo. Crítica de la imaginación literaria (2003), Hay alguien ahí (2008), Un lugar en construcción. Crítica y cultura en la posmodernidad (2008), No todo es superficie. Poesía española y posmodernidad (2009) y La huella en el margen. Literatura y pensamiento crítico (2013). Coeditor de Donde perece un dios estremecido, antología poética de Miguel Labordeta (1994), Las patitas de la sombra, de Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de Ory (2000) y Obra publicada, de Miguel Labordeta (2015).
Acuarela de Eduardo Pablo Pacheco
SED
Transformar esa alegoría de la carencia que es la sed en cuestión generadora de sentido, avidez nunca saciada de un saber entendido como la potencia que ha impulsado todos los viajes a lo largo de la historia, los elegidos y los impuestos, los reales, aunque también, y sobre todo, los imaginarios. Dar por hecho, es un decir, que nuestra palabra vale lo que pesa nuestra conciencia, y recordar las paradojas que algunas metáforas —“tengo sed”, “te doy mi palabra”— encierran al abrirse y expresarse en ocasiones con un verbo de posesión, tener, cuando lo que estamos significando no es una tenencia o una propiedad sino precisamente la privación o la necesidad de aquello que deseamos (agua, vino, luz, justicia, belleza, conocimiento, etc.); al reconocer, otras veces, que cuando damos esa palabra, en realidad, es ella quien nos entrega, exponiéndonos y dejándonos indefensos, a la deriva, desnudos, sin protección.
UTOPÍA
Ese tallo
protege la semilla
del acontecimiento inédito
que es más un avanzar
sin garantías
que un territorio conquistado,
una actitud necesaria
y no un cronotopo inalcanzable.
LA ACCIÓN Y LA QUIETUD
Y las palabras no se desplazaban a la boca o no se escuchaban o se resistían y no respondían a proyectos y latidos, y había un punto en el que el alfabeto se detenía y el aire no circulaba y todo se aquietaba confundiéndose y acariciando la posibilidad de que el lenguaje cesase de respirar o reflejar el pálpito para convertirse en el síntoma de una extraña enfermedad, una señal inequívoca de pérdida, un malpaso, un contragolpe, una deriva hacia el vértigo y la perturbación.
Pensar entonces no el acontecimiento sino las palabras que hubieran podido representarlo —y eso, dando por hecho, cosa nada segura, que imaginar esas señales fuese algo distinto de interiorizar la peripecia—, poetizar ese lenguaje, desin strume ntaliz arlo hasta hacer de él un problema, convirtiéndolo en una cuestión de discusión política.
¿Interiores de qué dunas custodian el sentido del desierto que nos atraviesa al recorrerlo?
Preguntar es la piedad del pensar.
R. J.
Escribió:
“Una palabra es todo el lenguaje,
dos palabras son ya el abismo.
Una palabra puede abrir una puerta,
dos palabras la borran”.
Callar,
después de haber quemado
tantas palabras.
Habrá que seguir cavando,
habrá que seguir borrando
hasta dar con la palabra.
FLORES EN EL RÍO
Perdidas en el tiempo, descansan al arrullo de las olas dejándose acariciar por las corrientes del río. Testigos de un tiempo de terror, son señales de una realidad desaparecida bajo la superficie de las aguas. Están ahí y no se hunden. Sin desplazarse un punto hacia ninguna orilla, van hacia todas las orillas, orgullosas y humildes. No lo saben, aunque lo intuyan. Las muertes que las abonan son la verdad de nuestras vidas.
LA PUNA
Al caer la tarde, el aliento del siku cruza la frontera y se recoge en su interior. Aunque es silencio, el desierto avanza y se hace palabra conforme el viento atraviesa su corazón y las piedras dan o quitan sentido a su camino. El frío y el temblor de la noche lo reciben y él se detiene, acompañado por la soledad, junto a la senda, en un punto sin punto de luz.
EL DIFÍCIL ARTE DE CAMINAR
Camina e intuye que esa y no otra es su posesión, su pertenencia: convertirse en el extranjero de sí mismo, poner tierra de por medio, liberarse de todas sus aflicciones y embriagarse en las tabernas con agua y no con vino. En su corazón guarda lo que solo el lujo de la pobreza le permite conservar: el aire de los caminos y el recuerdo de la sal de su sudor al caminar.
EL DELTA
No es la roca sino el agua lo que nos sostiene.
Es el cauce y no la casa lo que nos ancla.
Camino del Tigre, el tren pasa por Olivos y,
en su estación, escucha la voz de Porchia en un susurro:
“No es preciso marchar lejos para encontrarse.
Para perderse, basta con ir al encuentro de uno mismo”.
El río guarda en su corazón el aliento de la maga querandí.
Encontrarse y perderse son una y la misma cosa.