ALAN LA VEGLIA
Nació en 2001 en San Miguel del Monte, Buenos Aires. Estudia Historia. Estudió poesía con Javier Galarza. Publicó el poemario El pasto muerto cría luciérnagas (ed. En danza). Integra la antología Jardín, 100 poemas sobre flores, 100 poetas argentinxs (Camalote).
EL BRILLO DEL FUEGO
y otros poemas
El brillo del fuego
en las hojas pequeñas de los nogales
sugiere la derrota de la hoguera,
la pronunciación clara de la noche.
Un balde con agua puede retener
el cuerpo difuso de una estrella
o la caída de un mes en los juncos.
Pero la belleza no alcanza.
Hay que reconocer el trabajo del invierno,
las palabras que usamos para mostrar
los sitios que envejecieron con nosotros.
El trabajo de esperar
que un capullo de durazno
caiga en lo oscuro
no es menos frágil
que tus palabras
resignándose esta noche.
Hay una hoguera que no vi
y que se apaga. Callamos.
Nuestras sombras se sacuden
como un ramaje oculto.
Amanece. De los troncos
desciende el rocío.
Ōshikōchi no Mitsune huele las flores
Madrugada.
Hundo el pincel en la tinta.
Ya casi florece el durazno.
El vapor en las tazas asciende
como las ramas oscuras;
el aroma de los capullos entreabiertos
se confunde con tus palabras.
Recuerdo
el olor de los pinos
al caer octubre.
Hojas húmedas
aún se encienden
en la lengua del día.
Rosarios, la Colt 45,
una hebilla caída
entre jazmines paraguayos.
Dios era el color oscuro
de las semillas
al ensamblarse el otoño,
las entrañas
en un balde de metal.
Alguien se arrodilla
al final del mismo invierno.
La llovizna discurre sobre el musgo.
El otoño te dejó como favor
las piedras cubiertas de rocío.
Te descascaraste en la dulzura
de las cigarras saliendo de la tierra.
Hablaste de las hojas
y la tarde alimentó
sus últimos colores.